La semana pasada la Voz de Galicia ponía a disposición de sus lectores un libro del biólogo e investigador valenciano José María SEGUÍ SIMARRO que lleva por título El siglo de oro de la biotecnología vegetal. Cien años que han cambiado nuestra visión de las plantas. Un trabajo de divulgación científica galardonado con el premio Prisma Casa de las Ciencias a la Divulgación 2010. A lo largo de sus páginas se va desgranando con amenidad el apasionante mundo de la biotecnología vegetal o “biotecnología verde” (para distinguirlas de otros tipos de biotecnologías como la médica, la marina o la industrial). Nociones básicas sobre la biología y la biotecnología, los sistemas de mejora genética utilizados desde la antigüedad, la impresionante “Revolución verde” impulsada en los años 60 y 70 del siglo XX gracias a las investigaciones del científico estadounidense Norman BORLAUG, la alternativa energética de los biocombustibles vegetales (los de primera y segunda generación), las plantas que combaten contra los residuos tóxicos (la llamada “fitoremediación”), el inagotable potencial de las plantas medicinales como el “más grande y deconocido botiquín de la Tierra”, las muy rentables pero injustas y difundidas prácticas de la “biopiratería” (pese a la normativa inrternacional promovida desde la Cumbre de Río de Janeiro de 1992)…, para terminar con las controvertidas plantas transgénicas.
La exposición del Profesor SEGUÍ SIMARRO no constituye un alegato contra los productos transgénicos –como es la práctica habitual en los grupos ecologistas dominantes- pero tampoco supone una ferviente defensa. Sencillamente pone de la manifiesto las “luces y sombras tras 100 años de biotecnolgía vegetal” y, en lo referente a los transgénicos, llama la atención sobre la batalla existente en los medios de comunicación sobre los “organismos genéticamente modificados”, sobre la información y desinformación a la que estamos sometidos los ciudadanos-consumidores en esta viva polémica. Quizá como contrapunto a este trabajo puede manejarse el librito del filosofo Jorge RIECHMANN: Qué son los transgénicos. Bioingeniría y manipulación de los alimentos (editado por RBA libros en 2002 y nuevamente reeditado en 2011), que es claramente crítico y, en particular, con la “soja transgénica” que, a su juicio, está representando un gran daño para la ecología y para la economía, a la par de profundizar en las desigualdades sociales en el mundo.
Personalmente desconfio de las historias truculentas que se cuentan en infinidad de trabajos –pretendidos “best seller”- sensacionalistas que, como siempre, tienen como protagonista a la todopoderosa multinacional Monsanto, la más importante empresa del mundo proveedora de productos para la agricultura. Pero, al mismo tiempo, pienso que la bio-tecnología tiene también sus límites y sus riesgos. Y, por lo tanto me parecen muy razonables las cautelas que organismos internacionales y Gobiernos (unos más que otros) imponen a la aprobación de estos inventos de nuestro “siglo de la biotecnología” (Jeremy RIFKIN). No es otra cosa que aplicar a estos productos genéticamente modificados el procedimiento de evaluación de riesgos cuando como es el caso existe incertidumbre científica sobre su peligrosidad para la salud y el medio ambiente. Y, como se exige en la normativa de la Unión Europea la advertencia a los consumidores de que tales productos –una vez sometidos a un riguroso control de riesgos– contienen “organismos genéticamente modificados”. No se trata de prohibirlos sino de dejar a la decisión de los consumidores su utilización y consumo. Esta práctica no es otra cosa que la aplicación del principio de precaución o de cautela que orienta la política ambiental y de seguridad alimentaria de la Unión Europea.
Desconfianza en la ciencia, no. Pero tampoco fe ciega en los avances tecnológicos en los que, muchas veces, no lo olvidemos, están en juego magros intereses crematísticos y aspiraciones monopolísticas. Y es que por encima de todo ello, está el respeto a los seres humanos y a las sabias leyes de la naturaleza cuya manipulación desaforada puede tener unos efectos incontrolables.