Seguimos con la campaña electoral del próximo fin de semana y las referencias a nuestra temática ambiental que, desde luego, brilló por su ausencia en los debates a los que tuve acceso. Pero, antes de referirme a los otros partidos políticos que concurren a las elecciones del 20-N, es oportuno destacar aquí una especie de manifiesto que, bajo el título “Un programa para la Tierra. Demandas por una legislatura sostenible” firmaron y presentaron –el mes de septiembre de 2011- ante la opinión pública los más importantes grupos ecologistas de nuestro país (Amigos de la Tierra, Ecologistas en Acción, Greenpeace, SEO/BirdLife y WWF); sus propuestas se orientan en torno a cuatro grandes bloques: Descarbonizar la economía y proteger el clima; Descontaminar por la salud de las personas; Proteger la biodiversidad, la mejor inversión; y Sostenibilidad: más allá de la protección del medio ambiente. Pocos meses antes, en julio de 2011, este mismo colectivo había presentado un documento “El planeta puede esperar” en que se analizaba la política ambiental del Gobierno, y, en el que se afirmaba, entre otras cosas “… a pocos meses del fin de una legislatura en la que las políticas ambientales han pasado a un segundo plano y donde se ha producido una pérdida de liderazgo evidente en materia de sostenibilidad”.
De nuevo con el análisis de los programas electorales, el de Izquierda Unida – Los Verdes, se estructura en nueve “ejes” uno de los cuales –el 3º- se centra en las “propuestas ambientales” que son seis: unas prioritarias (entre otras, la creación de un Ministerio de Medio Ambiente en exclusiva, el cierre de las centrales nucleares, la aprobación de una ley de protección animal…), otras propuestas sobre “planificación urbana”, sobre “transporte sostenible”, sobre “otro modelo energético”, sobre una “gestión pública del agua” y sobre la “protección animal”. Asimismo otro eje con un claro contenido ambiental es el 7º relativo a las “propuestas para una agricultura sostenible y por la soberanía alimentaria”. Como es lógico, las mayor parte de sus propuestas parten de la base de la necesidad de socializar los recursos naturales y de llevar a cabo una profunda planificación de los mismos y de las actividades económicas en general.
El pequeño pero prometedor partido de Rosa Díaz –Unión Progreso y Democracia– no se prodiga en propuestas ambientales. De los once puntos de su programa electoral sólo el 9º se centra en el “Medio ambiente y gestión del territorio” con medidas –que están muy en su línea de recentralización del Estado- como el reconocimiento de la exclusividad del Estado sobre las competencias de medio ambiente y gestión del territorio (propuesta nº 344) o el retorno al Estado de todas las competencias constitucionales sobre gestión del agua (propuesta nº 345) o el retorno al Estado del dominio público Marítimo-terrestre transferido a las Comunidades Autónomas (idem).
Por último, dedico mi último comentario al nuevo grupo político que se presenta, el más propiamente ecologista: EQUO, que, liderado por el ex-Director de Greenpeace España, Juan López de Uralde (Juantxo), reúne, a su vez, a treinta organizaciones ecologistas de toda España. En su presentación como alternativa política el día mundial del medio ambiente (5 de junio de 2011) se quiso destacar su vocación europeísta y mediterránea por creer «firmemente que Europa necesita una voz potente que promueva la transformación ecológica de la economía, la revolución energética y ambiental, la biodiversidad, la justicia distributiva y el Estado del bienestar», y se proponía “civilizar la política y repolitizar la sociedad”. EQUO pretende recabar los votos de los “indignados” (si es que éstos van a sumarse al tan denostado sistema electoral vigente). A lo largo de las 56 páginas de su Programa electoral las propuestas –en sus tres apartados: economía y sociedad, democracia y derechos humanos y sostenibilidad ambiental– rebosan de lo más típico del ecologismo al uso. Especialmente en éste último capítulo se concentran las propuestas mas “verdes” en materias tan variadas como la “energía y cambio climático” (así, el cierre de las centrales nucleares para 2020 o el 100% renovables para el 2030), “aire”, “movilidad”, “agroecología”, “agua” (abandono de la construcción de grandes embalses y trasvases, por ejemplo), “territorio y biodiversidad”, “producción limpia, contaminación y residuos” y “derechos de los animales” (que recupera el proyecto de “Ley de Grandes Simios”).
Y concluyo manifestando en que me ha maravillado comprobar la capacidad de imaginación de los partidos para enumerar propuestas y medidas; algunas contradictorias entre sí, otras copiadas de anteriores legislaturas, otras mera plasmación de obligaciones legales o de compromisos ya contraidos. Ante la variedad de los planteamientos me surge ahora una duda: el ecologismo ¿sólo puede ser de izquierdas? Gane quien gane las elecciones, sólo deseo proclamar aquí que la protección de nuestro medio ambiente va mucho más allá de una mera cuestión ideológica, por encima de los legítimos planteamientos partidistas, lo que está en juego es nuestra propia supervivencia.
Más que incompatible con la derecha, el ecologismo es bastante difícil de acompasar con la economía capitalista que padecemos (de ahí que no se haga mención más que anecdótica en ninguno de los programas de los grandes partidos con posibilidades de gobernar).
El capitalismo tiene uno de sus grandes pilares en la externalización de los costes ambientales y sociales. La clave del crecimiento está en depredar recursos y trasladar el coste a otras partes del mundo o al conjunto de la sociedad (así es fácil «crear» riqueza).
Un buen ejemplo es el automóvil: ¿cuánto tendría que pagarse por uno si se le añadiesen los costes en deterioro atmosférico, ocupación de suelo y muertes?