He tenido la oportunidad –y ¡la suerte!- de pasar algunos días de este verano en Estocolmo. La verdad es que después de haber oído hablar tanto de esta ciudad y de explicar en mis clases de Derecho Ambiental que la política ambiental contemporánea nació en la Cumbre de Naciones Unidas sobre el Medio Humano -celebrada aquí del 5 al 16 de junio de 1972-, tenía muchas ganas de visitarla y conocerla a fondo. Y como primera impresión tengo que afirmar que no me ha defraudado esta urbe de más de 800.000 habitantes, extendida a lo largo y ancho de catorce islas (el llamado “Archipiélago”) en el corazón de Escandinavia, merecedora de la calificación de “Capital Verde Europea” de 2010 (la primera que obtiene este galardón ambiental otorgado por la Unión Europea y que ha obtenido en nuestro país, para el año 2012, Vitoria-Gasteiz).
La primera sorpresa que uno experimenta –ya desde el avión- es que Estocolmo está rodeada de espacios marinos y lacustres (de aquí su denominación de la “Venecia del Norte”), surcados por infinidad de embarcaciones turísticas y los grandes cruceros que comunican este país con el resto de las ciudades del Mar Báltico. Y con todo, es posible bañarse en las –ahora- templadas aguas en muchos puntos de la ciudad sin temor a sufrir los efectos de las aguas residuales; y también –dicen- se pueden pescar salmones. Magnífica gestión de sus aguas urbanas que fue abordada en los años sesenta del siglo XX ya que anterioridad (como tantas otras ciudades) aquellas conformaban casi un estercolero.
Antes de avanzar en mis impresiones sobre una tan ejemplar ciudad -modelo de sostenibilidad- es importante subrayar el gran aprecio de los suecos y suecas por su naturaleza y, al mismo tiempo, su ingenio tecnológico para abordar, como veremos luego, sus problemas de contaminación. No es casual que uno de los padres de la Ecología, Carlos Linneo (1707-1778) –genial científico y naturalista que puso las bases de las modernas ciencias biológicas- es considerado uno de los grandes héroes nacionales de Suecia.
Segunda apreciación evidente: Estocolmo es una ciudad para recorrer en bicicleta o para caminar. Hay más de 760 kilómetros de carril-bici –y, en paralelo, sendas peatonales- que se extienden en una ciudad cuyo término municipal comprende más de 200 kilómetros cuadrados. Carriles que llegan a los lugares más recónditos del municipio, que cuentan con sus indicaciones y sus semáforos propios… y, además, los conductores de vehículos de motor respetan religiosamente el deambular de los ciclistas y peatones. Bien es verdad que esta actividad recreativa sólo es posible cuando el tiempo lo permite en estas latitudes donde el frío y la nieve reinan crudamente gran parte del invierno.
Otra clara conclusión: la ciudad de Estocolmo está magníficamente integrada en un conglomerado de zonas verdes y áreas protegidas (seis en concreto). De hecho, el cuarenta por ciento de la ciudad son parques y zonas verdes, y más del 90% de la población vive menos de 200 metros de estos lugares protegidos. Y, lo que es más significativo, el primer “parque nacional urbano” (o “ecoparque”) del mundo se encuentra en el corazón de la ciudad de Estocolmo (denominado “Ulriksdal-Haga-Brunsviken-Djurgärden National Urban Park”), más de 2.700 hectáreas que integran este espacio natural protegido desde su declaración por el Parlamento Sueco en 1995.
Navegar en los viejos barcos por los alrededores de Estocolmo y perderse en alguna de sus centenares de islas en un placer visual muy recomendable. Cuántas miles de segundas –y primeras- residencias llenan las accidentadas márgenes del archipiélago que, en ocasiones, nos recuerdan a nuestras rías gallegas. No obstante, ninguna construcción litoral desmerece, a mi juicio, la belleza paisajística de los verdes bosques que pueblan sus riberas y márgenes; solo, si acaso, perturbado por los muchos puentes –antiguos y modernos- que unen las diferentes islas que integran el espacio marítimo-terrestre del distrito de Estocolmo (Stockholm County).
Trackbacks/Pingbacks