Naciones Unidas (ACNUR) acaba de declarar la hambruna en dos regiones de Somalia -una terrible tragedia humanitaria- donde miles de personas mueren cada día (especialmente los niños) por culpa de una pertinaz sequia, la peor en los últimos cincuenta años. Lo más grave del asunto es que la ayuda alimentaria (El “Programa Mundial de Alimentos”) -aun habiéndola- no puede distriburise por culpa de la situación de guerra que existe en la zona desde 1991.
Con independencia de esta trágica situación en el Cuerno de África, «¿verderaderamente tiene el mundo un problema alimentario?» se recoge en el reverso del libro -recientemente publicado por el medioambientalista británico Tristram STUART– bajo el título: Despilfarro. El escándalo global de la comida (editado en nuestro país por Alianza Editorial con la colaboración de Intermón-Oxfam). Y en el mismo lugar se resume la tesis central de la investigación: “los países ricos desechan hasta la mitad de sus recursos alimentarios mientras que, en los países en desarrollo, las pérdidas se deben a la carencia de infraestructuras básicas: el problema –concluye el autor- no es la falta de alimentos, sino todo lo contrario, su despilfarro”.
El investigador –que ha recibido el Premio Sophie de medio ambiente por su lucha contra el despilfarro de comida- nos comienza narrando su experiencia como “espigador” de los productos hallados en los contenedores urbanos de basuras domésticas (incluyendo las “joyas” alimentarias que es posible obtener en dicha tarea). Recuerdo aquí el interesante documental francés dirigido en el año 2000 por Agnés VARDA: El espigador y las espigadoras, sorprendente relato por parte de los espigadores, recolectores y gente que busca entre la basura.
El autor de Despilfarro estructura su investigación en tres apartados: “Posesiones perecederas”, “Cosechas dilapidadas” y “¿Qué hacer con los residuos?”. En la primera parte, se pone de manifiesto, con datos concretos, los despilfarros –desechos de los excedentes- procedentes de la cadena de comercialización de los alimentos, con cifras escandalosas en los países “desarrollados”, y por parte de los mismísimos fabricantes; se trata del “mito de la caducidad” y la desproporcionada gestión del riesgo, para curarse en salud después de crisis alimentarias como la de las “vacas locas”; la obsesión por cuidar la línea … y los importantes impactos ambientales derivados del despilfarro de alimentos con la transformación de inmensas extensiones de tierras –ricas en biodiversidad- en cultivos extensivos (entre estos los polémicos biocombustibles).
Sobre las “cosechas” (parte segunda del libro) son destacados entre otros: la selección -a veces caprichosa- de los productos de consumo (hortalizas o frutas) por su mera estética o apariencia, el problema de los descartes en la pesca marítima (que en 1993 era un tercio de la cantidad consumida por los humanos), la derivación del 40% de los cereales del mundo para alimentar al ganado (con lo que esto supone, muchas veces, de restarlo a la prioritaria alimentación humana), la enorme magnitud de los alimentos perecederos que se echan a perder por falta de condiciones adecuadas en su almacenamiento o distribución, etc.
Después de habernos expuesto los impresionantes datos del desplifarro mundial de alimentos, la última parte del libro se dedica al problema de los residuos de los propios alimentos y qué deberíamos hacer con ellos. Se sigue el esquema de las “R”, clásica en la gestión de los residuos: reducir, redistribuir, reciclar. En cuanto a la redistribución alimentaria no se cita una institución que, aunque nacida en los Estados Unidos en los sesenta, ha tenido un gran desarrollo en el resto de mundo y en España está prestando un magnífico servicio (especialmente en el presente momento de crisis económica): los Bancos de Alimentos que son organizaciones sin ánimo de lucro basados en el voluntariado y cuyo objetivo es recuperar excedentes alimenticios de nuestra sociedad y redistribuirlos entre las personas necesitadas, evitando cualquier desperdicio o mal uso.
Este interesante libro concluye en su Capítulo 18º con una serie de recomendaciones a diferentes sujetos –desde los consumidores, a los padres, a los Gobiernos, pasando por los supermercados, restaurantes, agricultores, etc.- con el fin de reducir el despilfarro alimentario que, según el autor, “debería ser una de las prioridades de la agenda medioambiental”. En definitiva, un valioso libro que rompe con muchos mitos sobre la cuestión alimentaria en el Planeta, aunque, al final de todo, parece justificar alguna política como la dictadura demográfica china que, en mi opinión, no es aceptable.