El Golfo, Irak, Afganistán, Congo, Costa de Marfil, Libia…, son nombres tristemente asociados a las guerras y a los conflictos armados que llegan hasta nuestros días. ¿Qué otra cosa hay peor que una guerra para el medio ambiente?; y, por supuesto, para los seres humanos incluidos, que debemos considerarnos responsables y, a la vez, víctimas.
En la “Declaración sobre Medio Ambiente y Desarrollo” -aprobada por todos los representantes de los gobiernos en la famosa Cumbre mundial sobre el Desarrollo Sostenible, celebrada en Río de Janeiro a mediados de junio de 1992- se afirmaba, de una parte, que “La guerra es, por definición, enemiga del desarrollo sostenible. En consecuencia, los Estados deberán respetar el derecho internacional proporcionando protección al medio ambiente en épocas de conflicto armado, y cooperar para su ulterior mejoramiento, según sea necesario” (Principio 24); y a continuación se remarcaba que “La paz, el desarrollo y la protección del medio ambiente son interdependientes e inseparables” (Principio 25).
Pues bien, no hay duda que cualquier conflicto armado tiene nefastas consecuencias para el patrimonio natural y el cultural, máxime con el tremendo potencial destructivo que tienen no sólo las armas nucleares, químicas y biológicas sino las convencionales. Y no digamos nada del sarcasmo que supone hablar de una futura “guerra de neutrones” como aquella selectiva que sólo daña a los humanos, pero, ¡eso sí!, sin perjudicar al medio ambiente.
Traemos esto hoy a colación porque desde hace unos años se viene hablando de que en el siglo XXI los conflictos bélicos –hoy mayoritariamente originados por tensiones políticas internas y aspiraciones identitarias (como señala el autorizado informe “Alerta 2011” de la Escola de Cultura de Pau)- será provocados por problemas ambientales: los derivados de los efectos del calentamiento global, de la escasez de recursos naturales, de la lucha por el agua, etc. Un reciente trabajo de Harald WELZER, titulado “Guerras climáticas. Por qué mataremos (y nos matarán) en el siglo XXI” (publicado en la editorial Katz), pone de manifiesto esta hipótesis e incluso llega a afirmar que el genocidio de Darfur (al oeste de Sudán) -en el que han fallecido más de 450.000 personas y unos dos millones han debido abandonar sus hogares- es la primera “guerra climática”. La obra de este psicólogo social alemán se refiere en varias ocasiones a la extraordinaria obra de Jared DIAMOND: “Colapso. Por qué unas sociedades perduran y otras desaparecen”, una interesantísima investigación histórica sobre civilizaciones que no han perdurado (como los primitivos habitantes de la Isla de Pascua, o los indios anasazi en Norteamérica) por cuestiones de naturaleza ambiental.
Es claro que en los últimos tiempos se han dado importantes conflictos (algunos armados) motivados por la puesta en peligro de recursos naturales no renovables (el petróleo, en primerísimo lugar) y otros más frecuentes sobre los recursos hídricos (por ejemplo, entre Argentina, Uruguay y Paraguay por las papeleras del río Paraná; o las tensiones sociales por la construcción de la presa de las Tres Gargantas –la mayor del mundo- en el río Yangtsé). Pero no cabe desdeñar la hipótesis de “refugiados climáticos” de lo que ya viene considerándose como uno de los nuevos desafíos del futuro Derecho Internacional.
Resulta muy significativo que alguna de las grandes organizaciones defensivas como la “Organización del Tratado Atlántico Norte” (OTAN) incluya entre sus estrategías la referencia a la seguridad ambiental (environmental security) y, en definitiva, la forma de abordar los riesgos ambientales a la seguridad, así como aquellos que inciden directamente en actividades militares. Igualmente, nuestro Ministerio de Defensa se ha sumado a esta nueva orientación para la defensa del medio ambiente.
No sé si en el futuro las generaciones venideras serán más pacíficas y resolverán sus conflictos sin alterar el medio ambiente. Lo que para mi resulta indubitable es que la guerra, toda guerra, es lo más insostenible que puede acontecer y, desgraciadamente, acontece.