La Voz de Galicia
Políticamente, solo se puede ganar o morir
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Además de las quinielas sobre el Gobierno de Zapatero, la enigmática autosucesión de Rajoy y los prolegómenos de la nueva legislatura, tras el 9-M se ha hablado mucho, y sin demasiado fundamento (que diría Arguiñano) del sistema electoral y su ¿necesaria? reforma, sobre todo IU. Conviene dejar claras varias cosas:

  1. El sistema electoral español busca combinar la proporcionalidad con la formación de sólidas mayorías. Esa fue la intención clara de los padres de la Carta Magna, que escogieron la fórmula D’Hondt para transformar los votos en escaños.
  2. La fórmula D’Hondt es proporcional cuando las circunscripciones son amplias, si reparten más de diez diputados.
  3. Es la Constitución la que fija que hay 52 circunscripciones y cuantos escaños tiene el Congreso, 350.
  4. Por lo tanto, para tocar el sistema, hay que reformar la Constitución.
  5. Y para reformar la Constitución tienen que ponerse de acuerdo el PSOE y el PP.
  6. El PSOE y el PP son los dos primeros partidos de España. No suelen ponerse de acuerdo.
  7. Además, el sistema electoral beneficia a los dos primeros partidos en cada provincia.
  8. Nadie cambia el mecanismo que le permite ganar o disputar la victoria.

IU tiene todo el derecho del mundo a quejarse, y a reclamar la reforma, pero no puede explicar su decadencia con este argumento. Como bien dice el politólogo compostelano Ignacio Lago Peñas, una constante (el sistema) no puede explicar un resultado variable (IU tenía 26 diputados y más de dos millones y medio de votos en 1996; hoy, 2 diputados y menos de un millón de votos). Además, nadie obliga a la coalición a presentarse en toda España, incluso en aquellos sitios donde su militancia es simbólica y su presencia social, nula.

Hay que ser realista, para competir en la política española no vale de nada contar votos y lamentarse, hay que hacerse fuerte en varias provincias y ser uno de los dos primeros partidos.

Que quede claro, estoy plenamente a favor de hacer una profunda reforma del sistema electoral, pero no para hacerlo más justo o injusto, sino para acercar la política a los ciudadanos, erosionar la partitocracia y hacer que los candidatos tengan rostro, voz y responsabilidad ante los electores. De eso podemos hablar otro día.