Asistimos en los últimos años a una lamentable catástrofe humanitaria. No es en África ni en Asia, es en «nuestra casa común europea», a cuyas puertas centenares de miles de personas tratan de acceder a costa de sus vidas. De hecho, sólo este año 2016 -que está a punto de concluir- más de 5.000 personas, hombres, mujeres y niños, han muerto ahogados en el “Mare Nostrum”. Lo más triste del asunto es que ya nos hemos acostumbrado a semejante tragedia sin que los gobiernos la aborden con eficacia y… sobretodo con humanidad. Como expresa Zygmunt BAUMAN, en su último ensayo, el genial cronista de nuestro mundo, toda esa masa (?) de seres humanos que escapan de las guerras y situaciones de miseria, son como “Extraños llamando a la puerta”. ¿Qué hacer? “La realidad actual –dice el sociólogo polaco- no admitirá soluciones fáciles y rápidas, y si se considera aplicar soluciones así, no será posible hacerlo sin exponer el Planeta –este domicilio conjunto/compartido nuestro- a amenazas a largo plazo más catastróficas aún que las que plantea nuestro momento de apuro presente conjunto/compartido…”.
Quizá BAUMAN se está refiriendo a un fenómeno que está cobrando gran relevancia en los últimos decenios: la llamada “migración climática” o, mas ampliamente, la migración por razones ambientales. “Refugiado ambiental” (denominación que se debe al ambientalista norteamericano Lester BROWN), “eco-refugiado”, “migrantes ambientales”… llámese como se quiera pero todo parece indicar que va a ser una triste realidad en nuestro siglo XXI. Incluso la “Organización Internacional para las Migraciones” (OIM) –la principal organización intergubernamental en el ámbito de la migración- se ha preocupado de definir a estos migrantes como las “personas o grupos de personas que, por razones imperiosas de cambios repentinos o progresivos en el medio ambiente que afectan negativamente a la vida o las condiciones de vida, se ven obligados a abandonar sus hogares habituales, o deciden hacerlo, ya sea de forma temporal o permanentemente, y que se mueven ya sea dentro de su país o hacia el extranjero». La OIM (creada en 1951) trabaja, desde comienzos del 2000, en ayudar a reducir la vulnerabilidad de las poblaciones expuestas a factores de riesgo ambiental, presta asistencia a las poblaciones que se desplazan a raíz de desastres y del cambio ambiental; y consolida las capacidades de los gobiernos y otros interlocutores para que hagan frente al reto que constituye la migración por motivos ambientales.
A principios de este año, la OIM y el Instituto de Estudios Políticos de Paris (Sciences Po Paris) presentaron la publicación “The Atlas of Environmental Migration”, elaborado por D. IONESCO, D. MOKHANACHEVA y F. GEMENNE, expertos en migración y medio ambiente. Por primera vez se recogen en una publicación los conocimientos, investigaciones y estudios existentes en todo el mundo relativos a los vínculos entre migración, el medio ambiente y el cambio climático. Origen del fenómeno, sus puntos de ubicación geográfica, su carácter forzoso o voluntario,… (en su primer capítulo); factores y causas que lo motivan: inundaciones, tormentas, sequías, temperaturas extremas, incendios, degradación de los ecosistemas, elevación del nivel del mar… (a lo largo de su capítulo segundo), desafíos y oportunidades: desarrollo, adaptación, urbanización, seguridad, protección de los derechos humanos (en el tercer capítulo); y, finalmente, la “Gobernanza y políticas” desarrolladas al respecto (en su cuarto y último capítulo), hacen de esta publicación una muy atractiva (acompañada de un gran número de gráficos e infografías) para quien accede por primera vez a este emergente problema internacional.
Recientemente la activa Fundación Ecología y Desarrollo (ECODES) organizó en Madrid, el pasado 22 de noviembre de 2016, un Simposio sobre Migraciones Climáticas. En esta reunión de expertos se puso de manifiesto, de una parte, que las migraciones por el calentamiento global son ya una realidad y un verdadero desafío para la Comunidad Internacional, pero de otra parte, que el derecho internacional humanitario vigente no protege a los damnificados por este tipo de migraciones. El mismo Romano Pontífice, el Papa FRANCISCO denunciaba en 2015, en su Encíclica “Laudato Si” que “es trágico el aumento de los migrantes huyendo de la miseria empeorada por la degradación ambiental, que no son reconocidos como refugiados en las convenciones internacionales y llevan el peso de sus vidas abandonadas sin protección normativa alguna” (LS, 25).
Es preciso y urgente cubrir, por lo tanto, esta laguna en el Ordenamiento internacional mediante nuevas regulaciones como la que propuso en 2008 mi amigo el Profesor francés, de la Universidad de Limoges, Michel PRIEUR con su proyecto de Convención Internacional sobre el estatus de las personas desplazadas por motivos ambientales. Por su parte, el también Profesor y amigo, Fernando LÓPEZ RAMÓN, uno de los más prestigiosos ambientalistas de nuestro país –quien intervino en el citado Simposio de ECODES- pese a reconocer que “existe un importante sector académico que manifiesta discrepancias significativas sobre la exclusiva y determinista relación entre cambio climático y migraciones”, defiende, con fundamento en el principio de solidaridad colectiva, que “antes eventos irresistibles de fuerza mayor” en que “no cabe invocar no fronteras ni soberanías estatales”, ha de afirmarse un “derecho a la migración catastrófica trasnacional como contenido esencial del derecho humano al libre desplazamiento”.
Afortunadamente en las negociaciones del Acuerdo de Paris sobre el cambio climático fue un avance para abordar en el futuro –en el marco del cambio climático- la migración y la movilidad humanas, y la reciente reunión COP22 de Marrakech ha vuelto a ser tratado este importante asunto. Ya en 1990 el Panel Intergubernamental del Cambio Climático declaró que una de las más relevantes consecuencias del calentamiento global será el de las migraciones, con millones de personas desplazadas por la erosión de la línea costera, por sus inundaciones y por graves sequías. Y, luego el ecologista británico Norman MYERS, reconocido por su trabajos sobre los refugiados ambientales, ha escrito que en la década de los 90 del siglo XX existían unos 25 millones de refugiados ambientales y que en 2050 podrían llegar a los 200 millones.
Conscientes de que no es fácil distinguir en muchos casos los migrantes y/o refugiados ambientales de los que no lo son, en todo caso defendemos una protección integral que basada en la “solidaridad intergeneracional” (y pensando también hacia el futuro, en una “solidaridad intergeneracional”) para tantos cientos miles de personas que huyen de la muerte. No podemos –¡no queremos!- permanecer insensibles ante tan grave y acuciante problema. En su luminoso ensayo Zygmunt BAUMAN cita al Papa FRANCISCO en su llamada a “extirpar de nuestros corazones esa parte de Herodes que en ellos late; roguemos al Señor que nos dé la gracia de llorar por nuestra indiferencia, de llorar por la crueldad de nuestro mundo, de nuestros propios corazones y de todos aquellos que, desde el anonimato, toman decisiones sociales y económicas que abren la puerta a situaciones trágicas como ésta”.
Quizá el momento actual, en que muchos celebramos en nacimiento del Niño-Dios –que fue refugiado forzoso en Egipto-, nos permita implicarnos, del modo que sea, sin escurrir el bulto, en la solución de este emergente problema planetario. Con estos sentimientos, a todos os deseo unas muy felices Navidades.