Os aseguro que no me ha pasado desapercibido el “Día Mundial de la Tierra” que se celebra el día 22 de abril, desde 1970 (se cumple por tanto su 45º aniversario). No me olvidé porque ese día se cumplieron mis cinco añitos desde que comenzé a redactar este blog. Para decir toda la verdad, lo celebré con unos amigos con un “lunch” 100% “orgánico” y participando en una de las muchas actividades organizadas en el Campus de Berkeley en la “semana de la Tierra” (“earth week”).
“Llegó el momento de asumir el liderazgo” ha sido el “leit motiv” de este año 2015, con la mirada puesta en la Cumbre sobre el Clima de París a final de este año y la preparación del Agenda del Desarrollo con posterioridad al 2015. Y lo cierto es que en esta convulsa -pero apasionante- etapa histórica que nos ha tocado vivir hay una evidente carencia de liderazgo politico (del bueno, claro está) o, al menos, en el asunto que nos concierne, muy pocos son los que, con una visión a largo plazo y con altura de miras iluminan el camino hacia una sociedad renovada en la que se haga realidad la “armonía con la naturaleza”. No piense el lector que utilizo esta bella expresión como típico recurso retórico –tan propio de los que nos dedicamos, como mayor o menor acierto, a este paradigma del desarrollo sostenible-. Resulta que fue el 22 de abril de 2009 cuando la Asamblea General de Naciones Unidas, gracias a la iniciativa del “Estado Plurinacional de Bolivia”, proclamó el “Día internacional de la Madre Tierra” y, a partir, de ese momento, se vienen sucediendo hasta el presente, en el ámbito de Naciones Unidas, una serie de actividades que tienen por objeto reflexionar sobre este “nuevo paradigma”.
Desde 2009, cada año el Secretario General de Naciones Unidas publica un “Informe sobre Armonía con la Naturaleza” (el ultimo –el 5º- es de 18 de agosto de 2014). Asimismo, la Asamblea General de Naciones Unidas promueve unos “diálogos interactivos” sobre el mismo tema. El último documento disponible sobre esta original iniciativa es la Resolución 69/224 titulada “Armonía con la Naturaleza” (publicado en febrero de este año 2015). Tras recoger sus antecedentes –»Declaración de Río de Janeiro» de 1992, la «Declaración de Johannesburgo» de 2002, el documento de Río+20 “El futuro que queremos”, etc.- se declara que: “el planeta Tierra y sus ecosistemas son nuestro hogar y que la “Madre Tierra” es una expresión común en muchos países y regiones, observando que algunos países reconocen los derechos de la naturaleza en el contexto de la promoción del desarrollo sostenible y expresando la convicción de que, para lograr un justo equilibrio entre las necesidades económicas, sociales y ambientales de las generaciones presentes y futuras, es necesario promover la armonía con la naturaleza”. Más adelante, se afirma que, segun varios países, se considera que “la Madre Tierra y la especie humana forman una comunidad indivisible y vital de seres interdependientes y relacionados”.
En la citada Resolución hay varias referencias científicas como la relativa la “Ciencia del sistema Tierra” –que desempeña la importante función de promover un “enfoque holístico”-, a los documentados efectos de la actividad humana en los sistemas terrestres, a la “Plataforma Intergubernamental Científico-normativa sobre Diversidad Biológica«, etcétera. Se reconoce además que el “producto interno bruto” (PIB) no es muy útil para medir la degradación ambiental procedente de la actividad humana. El documento reafirma que “para lograr el desarrollo sostenible a nivel mundial es indispensable introducer cambios fundamentales en la forma en que las sociedades producen y consumen y que todos los países deben promover modalidades sostenibles de consumo y producción…”. Se reconoce que “muchas civilizaciones antiguas y pueblos y culturas indígenas han demostrado comprender a lo largo de la historia que la simbiosis entre los seres humanos y la naturaleza promueve una relación mutuamente beneficiosa”. Y, considera que “el desarrollo sostenible es un concepto holístico que exige que se fortalezcan los vínculos interdisciplinarios entre las distintas ramas del conocimiento”.
Finalmente, la Resolución invita a los Estados Miembros de Naciones Unidas a seguir profundizando y dialogando –de forma inclusiva e interactiva- sobre la idea de la “armonía con la naturaleza”, a darle la debida importancia en la Agenda para el Desarrollo después de 2015, a mejorar y ampliar “la calidad y cantidad de los datos estadísticos básicos sobre las tres dimensiones del desarrollo sostenible” (es decir, ambiental, social y económica) y adoptar “métodos más amplios de medir los avances, que complementen el producto interno bruto, con el fin de sustentar mejor las decisiones de política…”.
Me parece una sugerente y magnífica idea la del nuevo paradigma de la “armonía con la naturaleza” que está promoviendo Naciones Unidas que, por otra parte, está en la base de los primeros teóricos del ambientalismo (como, por ejemplo, la precursora obra “Man and Nature”, del norteamericano George Perkins MARSH). Sin embargo, a la hora de concretar esta idea surge la problemática dicotomía biocentrismo-antropocentrismo, de cómo interpretar las relaciones entre el hombre y la naturaleza, y que, en el campo del Derecho, ha dado lugar al planteamiento de los “derechos de las naturaleza” (la web de Naciones Unidas recoge una relación de fuentes jurídicas de todo el mundo donde se acercan a este planteamiento). No es el momento de entrar en esta polémica, pero solo quiero recordar que está inevitablemente presente.
En cuanto a la referencia a las civilizaciones y culturas indígenas, sin olvidar que en muchos casos han pemitido mantener ejemplarmente el equilibrio de los ecosistemas, también hay ejemplos de todo lo contrario como puso de manifiesto la fundamental obra del geógrafo norteamericano Jared DIAMOND (Colapso: por qué unas sociedades perdurar y otras desaparecen, 2004).
Sobre una nueva medida del desarrollo –que reclama la Resolución de Naciones Unidas-, no basada exclusivamente en los datos del PIB, hay varias iniciativas como la del “Sustainable Devolopment Solutions Network” cuya tercera edición del “Informe Mundial de la Felicidad 2015” se acaba de presentar, el pasado día 23 de abril, por medio del Profesor Jeffrey D. SACHS (Director del “Earth Institute” de la Universidad de Columbia), donde se trata de reflejar con mayor exactitud el nivel del “desarrollo sostenible” de los diferentes países del mundo.
En cualquier caso, suscribo totalmente el enorme reto de lograr –o aspirar a- una nueva sociedad en armonía con la naturaleza (con su visión holística e interdisciplinar), pero siempre que concretemos su alcance y contenido, con seriedad y sin apriorismos ideológicos, si no deseamos que tan bella formulación se quede en un mero brindis al sol, o lo que es peor, en un bonito concepto vacío de contenido.
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