Acaba de llamarme un amigo que está pasando unos días en New York, donde me cuenta el extremo frío que está haciendo en la “Gran Manzana” que, por lo que parece, puede formar parte de otro episodio de “vórtice polar”, parecido al ocurrido el pasado invierno. Por el contrario, aquí en California, venimos disfrutando este “invierno” de un tiempo soleado y unas temperaturas que sobrepasan, al mediodía, los 20º. Y, por supuesto, la lluvia es, por estas latitudes, un fenómeno atmósférico cada vez más excepcional. Hablar del tiempo atmosférico es el socorrido recurso que utilizamos cuando no sabes de qué hablar, pero en esta parte de los Estados Unidos la pertinaz sequía que está azotando el Suroeste no es tema de poca importancia. Tampoco es tema menor, en estos momentos, en algunas de las grandes áreas metropolitanas de Brasil (en particular, en la region sudeste, con Sao Paulo y Río de Janeiro).
En particular, California está sufriendo desde 2011 –según los últimos trabajos científicos– una de las más severas sequías de los últimos 1.200 años (que se dice pronto) y, también las temperaturas son las más altas desde que se tienen registros. Parafraseando la famosa canción –de prinicipios de los setenta- del cantante británico Albert HAMMOND bien podríamos afirmar (mejor dicho, cantar) que, al menos, en esta temporada, “It never rains in (Southern) California” (“nunca llueve en California”).
Este fenómeno de la sequía no es nada nuevo en California, como han demostrado las profesoras de UC-Berkeley, Lynn INGRAM y Frances MALAMUD-ROAM -en su trabajo “The West Without Water. What past floods, droughts, an other climatic clues tell about tomorrow” (publicado por University California Press en 2013)- analizado a lo largo de miles de años los datos paleoclimáticos e históricos disponibles y ofreciendo las lecciones que el pasado puede enseñarnos de cara el futuro. Lo que resulta claro es que el fenómeno de la sequía en el Oeste de los Estados Unidos no es algo conyuntural sino que marca una tendencia que, además, se va a agravar. Otro tema es si el calentamiento global está colaborando a agudizar esta situación, lo cual está siendo aquí motivo de debate entre los científicos (Richard SEAGER de la NOAH defiende que se trata de un ciclo atmosférico natural; Noah DIFFENBAUGH de la Universidad de Stanford opina que está causado por el cambio climático de origen antrópico).
Justamente en relación con este tema que estamos comentando, tuvo lugar a finales del pasado mes de enero en Madrid, en la sede de la Fundación Botín, un Seminario Internacional -coorganizado entre dicha Fundación (su prestigioso Observatorio del Agua) y el Rosenberg International Forum– un muy interesante seminario para comparar cómo se está abordando la gestión de la sequía en California y en España, bajo el título: “Gestión de la sequía y la escasez de agua en tierras semi-áridas: los casos de California y España”. En ella han intervenido destacados especialistas de ambos países, de varias Universidades españolas y, por parte de Estados Unidos, expertos de varios de los campus de la Universidad de California, en particular de UC-Davis).
Son muy sorprendentes las similitudes entre California y España con relación al agua, en cuanto a sus recursos disponibles, pluviometría, volumen embalsado, población consumidora, y una largo etcétera. Esto ha atraído, desde hace tiempo, el estudio por parte de investigadores españoles de los diferentes aspectos ambientales, económicos y jurídicos de la gestión del agua en el “Estado Dorado”. Desde el relevante trabajo de los Profesores de Pedro ARROJO –máximo exponente de la “Nueva Cultura del Agua”- y José Manuel NAREDO (en su obra “La gestión del agua en España y California”, publicado en 1998), hasta los más recientes trabajos sobre “mercados del agua” de la brillante investigadora Vanessa CASADO-PÉREZ, una española que acaba de ser contratada como Profesora de Derecho Ambiental (Lecturer in Law and Teaching Fellow) en la muy prestigiosa Universidad de Stanford y a quien he tenido el gran gusto de conocer personalmente.
La severidad de la sequía en California llevó al Gobernador del Estado (el demócrata Jerry BROWN) a aprobar en enero de 2014 una serie de medidas de restricción del agua y la aportación de un fondo de 1.000 millones de dólares para ayudas de emergencia. Y, al poco de llagar yo a Berkeley, se celebró el 4 de noviembre de 2014, en el Estado de California, una votación peibliscitaria (coincidiendo con las elecciones de representantes de los gobiernos nacional, estatal y locales) cuya Proposición nº 1 versaba sobre la conveniencia de que el Estado asumiera una deuda de 7.100 millones de dólares para la financiación de proyectos relativos a la calidad, suministro y tratamiento del agua; lo cual fue aprobado mayoritariamente. Se calcula que la escasez de agua ha supuesto, a lo largo de 2014, unas pérdidas –especialmente en el sector agrícola- de 2.200 millones de dólares y de 17.000 empleos de temporada.
Gracias a las infraestructuras construidas en el pasado siglo XX, las grandes áreas metropolitanas de Los Ángeles-San Diego (situadas en una zona semidesértica) y de la Bahía de San Francisco, en las que viven dos terceras partes de la población de California, se ha podido mantener con cierta regularidad el servicio de abastecimiento de las poblaciones urbanas. Pero el problema está en el sector agrario -que consume el 80% de los recursos hídricos- y especialmente en la región de “Valle Central”, impresionante granero de los Estados Unidos que produce más de la mitad de sus productos agrícolas. Durante la anterior gran sequía de finales de los ochenta (1988-1991) el Estado de California desarrolló una nueva política de aguas, impulsada por su DWR (Departament of Water Resources), con muchas medidas innovadoras con el “Banco de Aguas” pero que incidieron en la necesidad de reducir la demanda de agua y de proteger sus usos y servicios ambientales.
De cara al futuro si persiste la sequía, como adelantan las previsiones de los expertos, la presión del poderoso sector agrario va a seguir creciendo para demandar del Gobierno estatal mayores disponibilidades de recursos, lo cual supone importantes obras hidráulicas. Y esta demanda, si se atiende, puede suponer impactos ambientales peligrosos en la zona del Delta, en donde confluyen los ríos Sacramento y San Joaquín, que forma el estuario más grande de la costa occidental de los Estados Unidos y que suministra agua al “Valle Central”. Mientras, los ecologistas recuerdan el emblemático “caso del Mono Lake” (lago ubicado cerca del Parque Nacional de Yosemite) en que sus defensores (reunidos en un Comité) ganaron, a finales de los setenta del siglo XX, la batalla legal al Departamento de Abastecimiento de Agua de la ciudad de Los Ángeles que lo estaba sobre-explotando y poniendo en grave peligro su caudal ecológico.
No cabe duda de que seguiremos aprendiendo mucho los españoles de cómo se gestiona aquí el agua (o más bien, la escasez del agua). Ya hemos aprendido mucho, de la necesidad de medidas de ahorro, de reutilización de las aguas, de un controlado “mercado del agua” en casos extremos (aunque no es la panacea), de la importancia de su valor ambiental, de la importancia de la “gestión de la demanda” (frente a la gestión de una oferta creciente, como ha sido el caso de España), etcétera. En fin, estoy convencido de que, antes de correr el peligro de una catastrófico colapso hídrico, se pueden hacer muchas cosas para un mucho más eficiente uso del agua. Pero, eso sí, con verdadera voluntad política y mediante la concienciación ciudadana sobre el buen uso de nuestro recurso más esencial.
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