Celebramos ayer el día mundial de los humedales, dedicado este año 2014 a poner de manifiesto el papel que dichos valiosos espacios desempeñan en las actividades agrícolas y, a su vez, los impactos que éstas pueden tener sobre aquellos. Sin embargo, en esta ocasión no voy a hablar de la protección de la biodiversidad sino de la alimentación, aunque es evidente que la agricultura es una de sus prinicipales fuentes de producción.
La gastronomía se ha puesto de moda en nuestra sociedad opulenta, mientras una considerable parte de la población mundial –cerca de 1.000 millones de seres humano- padecen, como destaca Jean ZIEGLER (Destrucción masiva. Geopolítica del hambre, Peninsula, 2012) una grave desnutrición. De hecho “MasterChef” es un exitoso programa que incluso arraiga en las generaciones más jóvenes (“MasterChef Junior”). No es que tenga nada contra el “buena comida” siempre que no incurramos en absurdos e insolidarios sibaritismos. En ello va nuestra salud y, por consiguiente, es bienvenido el avance de la ciencia que ha permitido desarrollar campos insospechados en otras épocas como la dietética y la nutrición que, persiguen a la postre, una alimentación más saludable. Pero también, en esta materia hay fraudes como parece ser el caso de la “dieta Dukan”, cuyo autor y promotor –que ha hecho una verdadera fortuna con la venta de sus recetas y publicaciones- acaba de ser separado (expulsado), la pasada semana, del Colegio Nacional de Médicos de Francia, por la creciente sospecha de la falta de consistencia médica de tal dieta.
En esta misma línea temática he podido leer recientemente el libro titulado “Comer sin miedo. Mitos, falacias y mentiras sobre la alimentación en el siglo XXI” (Destino, Barcelona, 2014) que acaba de ser publicado por J.M. MULET, Profesor de Biotecnología en la Universidad Politécnica de Valencia (UPV) y miembro del Instituto de Biología Molecular y Celular de Plantas del CSIC y la UPV. Alguna referencia tenía de este autor en 2010 había publicado un ensayo divulgativo algo propvocador (Los productos naturales ¡vaya timo!, Editorial Laetoli). Además el mismo autor promueve el blog titulado “tomates con genes”, relativo a la divulgación de temas relacionados con la biotecnología y la alimentación.
“Comer sin miedo” es un muy ameno ensayo sobre la alimentación -recogiendo algunos de los comentarios vertidos con anterioridad en su muy visitado blog- que acabar con muchos mitos y leyendas urbanas que existen en torno a la comida y, en particular, por lo que se refiere al uso de la tecnologías de variado tipo (biológicas, químicas, etc.) en la producción, preparación, distribución y conservación de alimentos. La conclusión es clara: casi nada de los que comemos –al menos los “urbanitas”- puede considerarse natural y que incluso los productos que se presentan como “naturales” y “ecológicos” tienen mucho menos de natural de lo que nos imaginamos. En particular, en los Capítulos 2º y 3º de su obra, el Profesor MULET hace –me atrevo a decir- una “despiadada crítica” a los llamados “alimentos naturales” y a la “alimentación ecológica”. En la contraportada de su libro se recoge una de sus ideas madres “por mucho que te lo digan, la comida natural es un mito. Toda la comida es fruto de la selección artificial, de la mejora genética y por tanto de la tecnología que un iPhone 5, y además es más barata, con lo todos podemos disfrutar de ella”.
En contraste con este trabajo leíamos a finales del pasado año el libro de Gilles-Éric SÉRALINI, titulado “¿Nos envenenan? Transgénicos, pesticidas y otros tóxicos. Cómo afectan a nuestras vidas y cómo se ocultan sus consecuencias” (NED ediciones, Barcelona, 2013), en el que su autor, un Profesor francés de biología molecular nos cuenta la toxicidad localizada en varias especies de vegetales transgénicos (maíz y soja) y, en particular, en el Roundup, el mayor herbicida del mundo. En este trabajo –que tuvo gran repercusión mediática en Francia en 2012 bajo el título “Tous Cobayes”- se criticaba las trabas y limitaciones en el funcionamiento de las entidades de control sanitario y alimentario, así como el acomodamiento del “establishment” científico, proclamando la necesidad de un “nuevo paradigma sanitario” y de actuar a favor de un medio ambiente sustentable, orientado bajo el “principio de precaución”.
Siempre he desconfiado de las posturas más extremas en esta prolongada polémica (transgénicos, si; transgénicos, no). Aunque no creo mucho en “tramas conspiratorias” por parte del mundo científico o de las empresas multinacionales (no puede faltar “Monsanto” como la bestia negra), soy consciente de que hay muchos intereses creados, en la academia y en la empresa. De una parte, los tecno-optimistas que critican todo posible control retardatario del progreso (con su enemiga del “prinicipio de precaución”), y, de otra parte, buena parte el ecologismo en alianza estrecha contra los “organismos genéticamente modificados”, sembrando por doquier miedos y temores no siempre fundados. En todo caso, pienso que no todos los trangénicos son iguales.
Me resisto a echarme incondicionalmente en los brazos de la moderna técno-ciencia alimentaria que, como quiere demostrarnos el Profesor MULET, tantos beneficios nos depara. Sé que tiene mucho de emocional y de nostágico recuerdo de mis años mozos en pequeñas aldeas donde los productos naturales estaban al alcance de la mano (es más, era lo único disponible).
Por tal motivo, confío –quizá ingenuamente- en que es posible establecer parámetros serios y constados científicamente para una “agricultura ecológica” que verdaderamente contribuya a la protección de nuestros recursos naturales, a la preservación de la biodiversidad, al desarrollo de las zonas rurales, etc.; una agricultura que limite el uso de pesticidas y fertilizantes sintéticos, que de prioridad a las técnicas de selección y mejora de especies frente al uso de transgénicos…; unas agencias de control de la seguridad alimentaria independientes (de inconfesables presiones). Es posible que la nueva reglamentación comunitaria sobre “producción y etiquetado de productos ecológicos” sea, como dice MULET, un tanto falaz. Huyendo de falsos alarmismos y de extendidas leyendas urbanas sobre los riesgos alimentarios a los que estamos expuestos, pienso que, así como en la necesaria función de alimentarse la moderación es virtud, en la producción y distribución de alimentos es deseable una sensata y prudente precaución. Como decían los antiguos, con los alimentos no se juega.
Queda mucho camino por andar. Pero la marcha hacia una alimentación de calidad es ineludible.
Carla
http://www.lasbolaschinas.com
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