Más de dos años y medio desde la catástrofe nuclear, Fukushima sigue dando que hablar. Esta vez, hace pocas semanas, han saltado a los titulares informativos los vertidos radiactivos que se han podido filtrar en el mar procedentes de las balsas de almacenamiento de las aguas utilizadas para enfriar los reactores dañados por el accidente.
En este ambiente no puede extrañar que en los últimos tiempos –desde el fatídico tsunami del 11 de marzo de 2011- hayan proliferado las voces críticas contra el uso de la energía nuclear y no sólo por los grupos ecologistas (aunque, como sabemos, algunos destacados ecologistas se han subido al carro de esta energía que no produce gases de efecto invernadero). A la larguísima lista de obras contrarias a esta modalidad de energía se suma ahora la titulada: “La máquina del fin del mundo”, escrita por el filósofo Martín COHEN y por el economista Andrew McKILLOP, publicada en España por Alianza Editorial. El subtítulo de esta obra es suficientemente revelador de su contenido: “El alto precio de la energía nuclear, el combustible más peligroso del mundo”. Este ensayo pretende ser esencialmente desmitificador, convenciendo a los lectores de la falsedad de los siguientes mitos que sobrevuelan sobre ella: “es la energía del futuro”, “es ecológica”, “es fiable y segura”, “es barata”, “se impone a la geopolítica”, “es muy limpia”, “es inofensiva”, “es una inversión segura”.
Por encima de algunos datos llamativos y “asombrosos” contenidos a la largo de esta obra, la idea de fondo que pretenden comunicarnos los autores es que en la historia de la energía nuclear, las decisiones sobre política energética no se toman por motivos técnicos sino políticos y estos fluctúan según las circunstancias de cada lugar. En definitiva, afirman que “el debate nuclear en Japón, al igual que en España, e incluso en Alemania, está lejos de cerrarse”. Al final, sobre el dato conclusivo de que la energía nuclear no satisface más del tres por ciento de la demanda energética mundial, los autores hacen una llamada al ahorro y eficiencia energéticos frente a “demanda insaciable de energía”.
No obstante pese a estos datos, al día de hoy, salvo Alemania -que tras Fukushima se ha fijado el 2022 para decir adiós a la energía nuclear- y Bélgica –que en 2015 parará el funcionamiento de sus siete reactores nucleares-, Reino Unido sigue en su intención de construir nuevos reactores (previstos en su Nuclear Policy Statement), y Polonia, Bulgaria, Eslovaquia, Rumanía y Lituania también tienen planes de construcción en distinto grado de desarrollo. Finlandia está a punto de concluir la construcción de una nueva central. Un caso aparte es Italia –que no disponía de centrales nucleares- pero que en el referendum celebrado en junio de 2011 decidió derogar las normas que permitían su construcción.
Fuera de Europa no parece que el “efecto Fukushima” haya tenido mucho impacto para paralizar el muy ambicioso plan de implantación de la energía nuclear en China (con más de una veintena de reactores en construcción). En los Estados Unidos el Presidente OBAMA y la Nuclear Regulatory Commissión, pese que reconozcan la necesidad de revisar algunas normas de seguridad, afirman que “no hay razones para reconsiderar la confianza en la tecnología nuclear (…) y que una secuencia de eventos como la de Fukushima es improbable que ocurra en los Estados Unidos”. También la India se propone un ambicioso objetivo nacional de una diez por ciento de la energia de origen nuclear para el 2030.
Y, ¿qué decir del caso de España? Pues que el próximo cierre de la Central de Garoña (previsto para julio de 2014) no se ha debido a que el Gobierno actual (convencido por la Sra. MERKEL) quiera «jubilar» la energia nuclear –que de hecho deseaba permitir su permiso de explotación hasta el 2019- sino que la aprobación de Ley de 2012 de medidas fiscales para la sostenibilidad energética ha desanimado al titular de la central para su continuación, gravada ahora con el nuevo y caro impuesto sobre la producción de combustible nuclear gastado. Incluso el último Gobierno del Presidente ZAPATERO no estaba en contra de su continuidad.
Justo en estos días, he recibido la interesante obra colectiva dirigida por mi buen amigo, el Profesor Ángel RUIZ DE APODACA, sobre “La responsabilidad por daños nucleares” que acaba de publicar la editorial jurídica Thomson Reuters-Aranzadi. Aunque orientada al público especializado del mundo jurídico, se trata de una valiosa colección de trabajos de reputados especialistas de cuyo contenido se deduce claramente la evolución y actualización del Derecho Nuclear tras Fukushima. Tanto a escala comunitaria como en España (y en el resto de los países europeos) los acontencimientos de 2011 en el “país del sol naciente” han llevado a reforzar los regímenes de responsabilidad, se han potenciado los sistemas de seguridad y los organismos de control de la seguridad nuclear no ha dejado de publicar instrucciones y recomendaciones sobre este tema.
Tras estas lecturas y, otras muchas que no puedo comentar ahora, sigo pensando que mientras no seamos capaces de eliminar o inertizar de manera segura los residuos procedentes de las centrales nucleares, no estamos plenamemente legitimados para seguir transferiendo este grave problema a las generaciones futuras. Y, en todo caso, independientemente de los riesgos que conlleva, ya no somos ricos en España como para permitirnos construir una central nuclear.
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