Hoy 43ª aniversario del día internacional de la Tierra, cumple tres añitos este blog. Debo confesar que cuando lo inicié no esperaba que duraría tanto tiempo. Soy un entusiasta ambientalista (quien me conoce lo sabe bien) pero no podía imaginar que, semana tras semana, tendría temas o asuntos suficientes (libros, noticias, sucesos, etc.), relacionados con el medio ambiente, para comentar. Y, sin embargo, os aseguro que todavía tengo en cartera decenas de cuestiones que podría haber tratado pero que, o no me ha dado la vida, o los he sustituido en el último momento por otro que me parecía más actual o interesante. Otra cosa es que haya logrado comunicar lo que pretendo: sensibilizar a la gente sobre la necesidad de cuidar nuestro entorno, convencer de que todavía estamos a tiempo de invertir tendencias desastrosas para nuestra supervivencia, demostrar que el ser humano -que nos ha llevado a tan indeseables indicadores ambientales- es el único que nos puede sacar del atolladero.
El lema del “Día de la Tierra” de este año 2013 nos habla de las “muchas caras del cambio climático”: del hombre de las Islas Maldivas preocupado por trasladar a sus familia a otro lugar más seguro y protegido de las crecientes inundaciones; al granjero de Kansas que lucha por sobrevivir ante la pertinaz sequía que esquilma sus cultivos; al pescador del Niger cuyas redes vienen a menudo cada vez más vacías; etc. También el mundo animal sufre: el oso polar por el derretimiento del Ártico, el tigre por la reducción de los manglares en la India, el orangután por los frecuentes incendios que devastan los boques de Indonesia…
He querido titular, no obstante, este post con la clásica expresión “cara y cruz” del cambio climático porque estoy convencido que ver el rostro de sufrimiento, actual y futuro, de los seres vivos en nuestro Planeta puede constituir un revulsivo para que nuestras sociedades despierten del letargo, que promuevan la necesaria solidaridad intra- e inter-generacional. Me consta que ya ha mucha gente en el mundo que está actuando, que están poniendo su granito de arena para reducir sus conductas insolidarias, consumistas, egoístas.
He estado este fin de semana leyendo el librito titulado “50 cosas que hay que saber sobre la Tierra”, escrito por el geólogo y productor de la sección de Ciencia de la BBC, Martin REDFERN (publicado en España por la editorial Ariel, 2013). Me gusta cómo se inicia este trabajo: “vivimos en un planeta maravilloso. Somos afortunados su podemos tomarnos el tiempo para admirar su belleza, contemplar su majestuosidad y mostrarnos agradecidos. Pero la mayoría estamos ocupados, correteamos por la superficie y omitimos dos importantes dimensiones: la profundidad y el tiempo”. Sobre la profundidad señala: “la Tierra no yace simplemente como un bloque de cemento esperando que caminemos por encima, sino que es un planeta vivo”. Y acerca del tiempo, apostilla el mismo autor: “Nuestra existencia humana apenas supone un único tictac en el reloj del tiempo geológico, y aun así hemos cambiado el planeta haste dejarlo irreconocible. Tal vez, si logramos entenderlo mejor, trataremos a nuestro mundo con más respeto”.
REDFERN utiliza –siguiendo al Premio Nobel de Química, Paul CRUTZEN– la expresión “antropoceno” para describir la edad geológica en la que vivimos e incluse se atreve a describir cómo serán dentro de 100 millones de años nuestras ciudades, que serán fósiles y engullidas bajo las aguas. Sobre los recursos futuros, tras explotar los recursos terrestres habrá que pasar a la “explotación minera de los océanos”, y, de aquí, a la “minería espacial” (los recursos de la Luna y de otros planetas). El “clima futuro” está marcado por la “fusión de los polos”, por “fenómenos extremos” y “mareas ascendentes”. Mucho más incierto es cómo evolucionará nuestra especie humana que antes de su extinción o emigración a otros mundos habrá de adaptarse a las nuevas circunstancias climáticas. Y, por encima de las profecías apocalípticas es claro que nuestro mundo se acabará, impactado por un asteroide, abrasado por una tormenta solar, y, sin duda, cuando se agote el combustible nuclear del sol. Pero esto último, no ocurrirá hasta dentro de 4.000 o 5.000 millones del años.
Hasta que se confirmen -o no- todas estas elucubraciones pasará mucho tiempo. Lo que ahora nos importa es actuar responsablemente, cada uno en la medida de sus posibilidades, conmovidos por el rostro del sufrimiento de tantos seres vivos que ya reclaman nuestra respuesta.
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