Proteger, cuidar, conservar, restaurar, rehabilitar, salvaguardar… son algunos de los muchos verbos que utilizamos para expresar algunas de las múltiples tareas que son el objetivo de las políticas ambientales. Sin embargo, hay una forma verbal que me parece especialmente bella y apropiada para significar lo mismo -y quizá todo a la vez-: custodiar. El término “custodia” -que proviene del latín “custodia/custodiae”- nos remite a diversas acciones: guardar, conservar, respetar o cuidar. En el lenguaje habitual la custodia es una responsabilidad que se tienen sobre la educación y manutención del menor de edad tras un divorcio o separación. También se custodian los tesoros y las riquezas.
En el último decenio la expresión de “custodia del territorio” ha adquirido carta de naturaleza para expresar “un conjunto de estrategias e instrumentos que pretenden implicar a los propietarios y usuarios del territorio en la conservación y el buen uso de los valores y los recursos naturales, culturales y paisajísticos. Para conseguirlo, promueve acuerdos y mecanismos de colaboración continua entre propietarios, entidades de custodia y otros agentes públicos y privados (Basora Roca, X. y Sabaté i Rotés, X. 2006).
Incluso nuestra Ley 42/2007, del Patrimonio Natural y de la Biodiversidad la ha incluido entre sus instrumentos de protección al establecer en su art. 72, 1 que: “Las Administraciones Públicas fomentarán la custodia del territorio mediante acuerdos entre entidades de custodia y propietarios de fincas privadas o públicas que tengan por objetivo principal la conservación del patrimonio natural y la biodiversidad”.
Esta interesante e ingeniosa figura de protección ambiental tiene una larga trayectoria histórica cuyos orígenes se remontan a finales del siglo XIX en los Estados Unidos (donde se utiliza la expresión “land stewardship”) y desde entonces esta institución se ha extendido por todo el mundo. En España una de las primeras experiencias semejantes fue promovida en 1975 -¿cómo no?- por el querido y genial naturalista Félix RODRIGUEZ DE LA FUENTE: el Refugio de Rapaces de Montego de la Vega en Segovia. Posteriormente han sido muchas organizaciones ecologistas y otras organizaciones relacionadas con la naturaleza, las que han promovido en todo el pais una tupida “red de custodia del territorio”, incluso con el apoyo de algunas Administraciones Públicas (en especial cabe destacar el apoyo prestado por la Fundación Biodiversidad dependiente del Ministerio de Medio Ambiente).
Una fecha muy significativa en la historia de esta institución fue la “Declaración de Montesquiu de Custodia del Territorio” de 11 de noviembre de 2000, si bien circunscrita a Cataluña donde tuvieron lugar algunas de las primeras iniciativas de custodia (desde 2003 se ha creado incluso una red: Xarxa de Custodia del Territori). Y en la actualidad se está constituyendo el Foro Estatal de Custodia del Territorio el cual trabaja de manera estratégica y conjunta para la promoción institucional, social, legal y técnica a nivel estatal del concepto de custodia del territorio y su aplicación en la gestión y conservación del patrimonio natural, cultural y del paisaje.
En el último Congreso Nacional de Medio Ambiente (CONAMA2012) la “custodia del territorio” fue objeto de debate –bajo la dirección de mi buen amigo y excelente jurista ambiental, Enrique ALONSO GARCÍA, Consejero del Consejo de Estado- junto con otros novedosos mecanismos de financiación –adecuados para estos momentos de crisis económica- para la conservación de la naturaleza: los “bancos de hábitats” (un original mecanismo utilizado en los Estados Unidos para aplicar medidas compensatorias derivadas de impactos ambientales, ya sea por la construcción de un proyecto o por daños de accidentes en determinadas instalaciones).
Pero volvamos a la sugerente palabra que inicia este post: la “custodia”. Me ha gustado especialmente que el nuevo Papa, FRANCISCO, haya dedicado una buena parte de la homilía de la misa de iniciación de su pontificado (el pasado 19 de marzo) a hablar de ese deber que nos concierne a todos: “custodiar toda la creación, la belleza de la creación, como se nos dice en el Libro del Génesis y como nos muestra San Francisco de Asís”, que consiste en “respetar a todas las criaturas de Dios y el entorno en el que vivimos”. Una hermosa referencia la vocación propia del ser humano que concluye con una apremiante petición del Pontífice: “Quisiera pedir, por favor, a todos cuantos ocupan puestos de responsabilidad en el ámbito económico, político o social, a todos los hombres y mujeres de buena voluntad: seamos «custodios» de la creación, del designio de Dios inscrito en la naturaleza; custodios del otro, del medio ambiente; ¡no dejemos que signos de destrucción y de muerte acompañen el camino de este mundo nuestro!”.
Precioso verbo profesor. Pero le hago una cuestión ¿custodiar la naturaleza es custodiarnos a nosotros mismos?
Bajo mi punto de vista sí y ahí es donde empezamos a cuidar la naturaleza.