La Voz de Galicia
Sobre lo ambientalmente correcto, lo sostenible e insostenible y otras inquietudes acerca del estado del planeta Tierra
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A lo largo de esta semana más de 1.000 delegados de 26 países se han reunido en Tromsø, la bella ciudad del norte de Noruega, para participar en el Congreso Internacional “Arctic Frontiers. Se trata de la octava edición de un Congreso organizado por Noruega en el que se tratan de los asuntos relativos al Ártico. Pero, ¿a qué se debe que este año el repetido evento haya tenido tanto poder de convocatoria? ¿qué es lo que ha llevado a tantos representantes gubernamentales (ocho ministros y más de veinte embajadores), científicos, periodistas, ecologistas a esa pequeña ciudad del norte de Noruega?

La alarmante velocidad con que el Ártico pierde su superficie helada, motivada por el calentamiento global, a la vez que está sorprendiendo a los científicos y preocupando a los ecologistas, al mismo tiempo, está abriendo insospechadas expectativas sobre el acceso a los ingentes recursos de gas y petróleo que esconden las profundidades de las aguas árticas, sobre la apertura de nuevos caladeros de pesca ante la sobreexplotación de los mares y océanos en otras latitudes, sobre la disponibilidad de nuevas rutas naúticas hasta hace poco inaccesibles.  Se calcula que la retirada del hielo en el Ártico podría ser casi total en 2030.

En el mismo Congreso se ha hecho público un estudio científico titulado “El clima del Ártico: cambios en la nieve, el agua y el premafrost” en donde, entre otras conclusiones, se afirma que el deshielo ártico elevará el nivel del mar entre 0,9 y 1,6 metros en 2100 repecto a los niveles de 1990, con las consiguientes efectos sobre las zonas costeras de todo el mundo y las pequeñas islas. Ya con antelación el Grupo intergubernamental de expertos sobre el cambio climático (IPCC) había advertidos del calentamiento ártico y la reducción del efecto albeldo que la retirada del hielo supone para el cambio climático (en su Informe de 2007).

El Ártico es un conjunto geográfico que comprende la extensa región situada al norte del Círculo Polar Ártico (Oceáno Ártico, Groenlandia, las Islas Svalbard y el norte de América, Europa y Siberia). En ésta extensa zona una gran parte de sus aguas y territorios, con predominio de tundras y desiertos polares, que están permanentemente cubiertos de hielo y de dentro de la línea isotérmica de los 10º C. Un total de 26 millones de Km2 en los que habitan casi 10 millones de personas, pertenecientes a los llamados “Estados árticos”: Canadá, Dinamarca, Estados Unidos, Finlandia, Islandia, Noruega, Suecia y Rusia.

Desde finales de los años setenta del siglo XX, la Unión Soviética había sido criticada por varios países por la explotación de los recursos naturales y por la contaminación en sus aguas árticas. Gracias a la iniciativa de Finandia tuvo lugar la celebración en 1989 de una conferencia para la protección del medio ambiente ártico que se concretó en la Declaración sobre la Protección del Medio Ambiente Ártico y la Estrategia para la protección Medioambiental del Ártico, aprobada por los citados países árticos. Pocos años después se dio un paso más en la cooperación internacional para la protección del Ártico con la creación del Consejo Ártico en 1996, al que pertenecen representantes de los citados ocho países, representantes de los veinte grupos indígenas pobladores en la zona (como los Innuit o Saami), así como observadores de otros países y grupos interesados (así, por ejemplo, la misma Unión Europea que incluso propone sus propias medidas de protección y gestión).

Las crecientes expectativas económicas en la zona por el deshielo ha revitalizado las reivindicaciones de soberanía de algunos de los países árticos como es el caso de Rusia que pretende extender el límite de su zona económica exclusiva más allá de las 200 millas naúticas.

Más allá de las campañas desarrolladas por los grupos ecologistas como la del Greenpeace (salva el Ártico), lo deseable sería –como proponen algunos de los asistentes a la Cumbre de “Arctic Frontiers”– es lograr el consenso suficiente para elaborar un tratado internacional como el que protege la Antártida (firmado en Washington en diciembre de 1959).

En efecto, sería muy deseable que, en lugar de una alocada carrera hacia la conquista del Ártico y de sus preciados recursos naturales -siguiendo el modelo de la protección de la Antartida donde “es de interés para la Humanidad” que “no llegue a ser escenario u objeto de discordial internacional” (Preámbulo del Tratado sobre la Antártida)- los paises que conforman el “espacio ártico” fueran capaces de mantener el clima de colaboración existente hasta el momento actual y desarrollar la vigente “Estrategia Medioambiental del Ártico” (1991).