Peor sería que el Protocolo de Kioto, firmado en 1997 (que obligaba desde el año 2004 a reducir a las emisiones en 2012 un 5,2% respecto a 1990 a 35 países desarrollados, excluido -entre otros paises- los Estados Unidos), no se hubiera prorrogado en Doha, como finalmente ha ocurrido ayer “in extremis”, hasta el 2020. Y gracias a que el presidente de la Cumbre (el catarí, Abdulá BIN HAMAD) ha hecho concluir, con 24 horas de retraso, casi por derribo, la reunión de 194 países en la capital de este pequeño emirato de Oriente Medio, pese a las objeciones y protestas de Rusia. Realmente es el único instrumento jurídico internacional vinculante para combatir el calentamiento global.
Malos tiempos son estos en que incluso algunos países que ratificaron el Protocolo como Rusia, Japón, Canadá y Nueva Zelanda, se retiran del segundo periodo ahora incoado con la, pretenciosamente, llamada “Puerta Climática de Doha”. Solo queda el compromiso de la Unión Europea, Australia, Noruega, Islandia, Croacia, Kazajistán, Noruega, Liechtenstein y Mónaco, que, en total, suman el 15% de las emisiones mundiales. Como en otras Cumbres, la Unión Europea y los países miembros presentes –pese a las iniciales reticencias de Polonia con respecto a sus excedentes de derechos de emisión- han dado ejemplo comprometiéndose a reducir un 20% de sus emisiones respecto a 2020 (actualmente se ha logrado emitir un 18,5% menos), avanzado en su paquete “energía-clima”.
Conscientes todos del insuficiente resultado –que desoye las unánimes voces del mundo científico sobre la urgencia de la reducción en las emisiones de CO2- se ha acordado postergar hasta el 2015 la aprobación en Paris de un acuerdo que sustituya al Protocolo de Kioto “aplicable a todos los miembros”. Lo cual está refiriéndose a todos los países que ha quedado exentos de cualquier compromiso, bien sea los Estados Unidos o los emergentes –y crecientes emisores- China, India, Brasil o México. La Administración Obama -presente en la cumbre por medio del negociador Tood STERN– ha defraudado nuevamente –como en Copenhague o en Durban- las expectativas de un mayor compromiso con la política climática mundial.
Nadie ha querido comprometerse, por ahora, de esa financiación del “Fondo Verde para el Clima” (100.000 millones de euros) de los países ricos, antes del 2020, para los países en desarrollo que van a sufrir las consecuencias del calentamiento global. Que se lo digan a los pequeños Estados insulares, los más vulnerables ante los eventos climáticos más extremos. Y mientras Filipinas sufría los efectos del tifón “Bopha” causando más de 500 muertos y millones de afectados.
Entre los grupos ecologistas la opinión –difundida masivamente mediante las redes sociales- es unánime: fracaso, acuerdo débil e irreal para frenar el cambio climático, falta de ambición, etc.
Como ha afirmado la Secretaria de la Convención Marco de Naciones Unidas para el Cambio Climático, la costaricense Christiana FIGUERES, hace falta “más voluntad política”. Hasta llegar aquí han sido muchas las “Conferencias de las Partes de la Convención Marco sobre Cambio Climático” (COP): Durban (2011), Cancún (2010), Copenhague (2009), etc. Y, a estas alturas, cabe preguntarse, ¿esta forma de lograr los acuerdos es realmente eficaz? ¿no sería conveniente buscar otra fórmula más eficaz?
Cada vez son más los que opinan que hay que intentar –sin burlar la legítima actividad de Naciones Unidas- otras fórmulas más efectivas como, por ejemplo, el G-20 que representa cerca del 90% del PIB mundial y en torno a dos tercios de la población mundial. Es claro que en los próximos decenios las emisiones de CO2 van a incrementarse mucho en los países en desarrollo (y economías emergentes) y que por mucho que las mitiguen los países desarrollados, las emisiones globales no descenderán. Pero como señala el Premio Nobel de Economía 2001, Michael SPENCE, en referencia al “desafío del cambio climático y el crecimiento de los paises en desarrollo”, en su ensayo titulado “La convergencia inevitable. El futuro del crecimiento económico en un mundo a varias velocidades” (publicado en la editorial Taurus, Madrid, 2012), “a pesar de la percepción general de descalabro, hay señales de un notable avance. Numerosos países, así como unidades subnacionales, empresas y, simplemente, gente corriente como nosotros, están empezando a cambiar sus comportamientos en la dirección correcta” (y cita los ambiciosos planes de mejora de la eficiencia energética promovidos por China, India y Brasil). Otros, como Pedro LINARES, opinan que hay que acabar con el “turismo negociador” y buscar los entornos donde sea más fácil buscar un acuerdo (como en el ámbito tecnológico).
Desde luego que las Cumbres sobre el Clima son más mediáticas, pero lo que interesa es lograr compromisos efectivos, aunque sea a pequeña escala o en ámbitos más homogéneos, ya que la lucha contra el calentamiento global lo exige, ¡con urgencia!
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