Hoy celebramos el “Día mundial de la Ciencia para la Paz y el Desarrollo”, promovido por la Conferencia General de la UNESCO desde 2001. El tema de este “día de la ciencia” versa en torno a la “ciencia para la sostenibilidad global: interconectividad, colaboración, transformación”, llamando así la atención hacia “nuestros cada vez más interconectados e interdependientes sistemas económicos, sociales, culturales y políticos, tanto sobre la presión que estos generan en el ecosistema de la Tierra como en el potencial de soluciones que ofrecen”. Por su parte, la búlgara Irina BUKOVA, Directora General de la UNESCO, en su mensaje con motivo de esta efemérides ha declarado que: “La ciencia moderna ha sabido prosperar basándose en el principio de la especialización pero ha llegado el momento de construir planteamientos más colaborativos, mejor integrados, capaces de combinar los avances de cada ciencia en su ámbito. La sostenibilidad pasa por la multidisciplinariedad”.
Es causalidad que, a comienzos de esta semana, el pasado lunes 5 de noviembre, he tenido la privilegiada oportunidad de escuchar –y saludar personalmente- en la sede de la Fundación Pedro Barríe de la Maza en A Coruña la conferencia del economista germano Ottmar EDENHOFER, co-Presidente del Grupo III del Panel Intergubernamental del Cambio Climático (IPCC) y Director del Instituto de Investigación sobre el Cambio Climático de Potsdam, sobre “La atmósfera como bien común global: de la tragedia al drama”. Pienso que su magnífica exposición sobre el estado de la cuestión del cambio climático, constituyó un muy buen ejemplo de multidisciplinariedad (o interdisciplinariedad). Conforme la metodología del grupo III de trabajo del IPCC, centrado en el estudio de medidas de mitigación de los efectos del cambio climático –que durante esta semana han estado reunidos en la ciudad de Vigo preparando el próximo Informe sobre Cambio Climático (el 5º)- la conferencia del Prof. EDENHOFER no se limitó a exponer las consabidas evidencias del cambio climático sino que se explayó en las perspectivas económicas sobre la producción de energía, en las soluciones tecnológicas disponibles a medio y largo plazo, así como en personales valoraciones éticas sobre las posibles alternativas. La atmósfera en un “bien común de la Humanidad” con una “capacidad de carga” de CO2 limitada que reclama un profunda solidaridad entre todos los países (o al menos entre los que más contribuyen a la emisión de gases de efecto invernadero). Incluso como convencido europeista abogó por el fortalecimiento de la Unión Europea.
Pero de su discurso es claro que sobre el futuro del calentamiento global se ciernen muchas incertidumbres. Si no se hace nada parece que es muy dificil escapar de una elevación media de 2 grados centrígrados -como mínimo- para finales del 2100. No obstante, el talante de su intervención es optimista (de “la tragedia del drama”) y parecía convencido de que es posible evitar el peor de los escenarios climáticos.
Una vez más deseo manifestar mi personal convencimiento: que pese al extraordinario avance de la ciencia y de la técnica, en especial desde finales del siglo XVII, cada vez son más patentes sus limitaciones para explicar la complejidad de nuestro mundo y, de aquí la necesidad de revisar –una y otra vez- sus logros desde una perspectiva más amplia que los meros datos científicos. Lo que me parece fuera de lugar el trasnochado cientificismo que aún pesa en algunos de los principales divulgadores científicos. Poner una excesiva fe en la ciencia, en sus predicciones y en sus evidencias, puede convertirse en una de doble filo para los científicos. Y, si no, que se lo digan a los seis científicos que, pertenencientes a la “Comisión Italiana de Grandes Riesgos”, acaban de ser condenados –a mi juicio injustamente- a seis años del cárcel por un juez italiano por no haber acertado en la previsión de los riesgos con motivo del terrible terremoto que sacudió el municipio de L’Aquila en abril de 2009 y causó más de trescientos muertos.
Ante los riesgos naturales y ambientales (éstos últimos en los que, como en el caso del «calentamiento global», parece demostrado que hay causas antrópicas), la ciencia puede ayudar a minimizar y mitigar los daños pero nunca puede prever todas las consecuencias. Por este motivo, no podemos –no debemos- exigir a los científicos una certeza total. Lo que si debemos (ahora, con toda modestia, me incluyo entre ellos, como investigador universitario que soy) hacer los científicos es trabajar con rigor, con seriedad, sin apriorismos ideológicos, con independencia y hacerlo con una mentalidad abierta a las diferentes prespectivas que admite la realidad de las cosas. Con esa interdisciplinariedad de la que nos habla el lema del “Día Mundial de la Ciencia, 2012” que hoy celebramos.
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