La Voz de Galicia
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El otro día recibí una invitación para una exposición. A primera vista, viendo la foto de un cuadro, creí que se trataba de Jerónimo Elespe, un pintor joven que vive y trabaja hoy en NY. Pero resultó que era un autorretrato de Renoir de finales del diecinueve. Esto me hizo reflexionar sobre la contemporaneidad y sobre la prisa que nos damos en finiquitar los estilos. El Románico duró varios siglos, pero en el siglo pasado se certificó  varias veces la muerte de la pintura. Una desesperada búsqueda de la originalidad nos sitúa demasiadas veces en la epidermis de las cosas. A veces, un buen epígrafe es tan importante como la propia obra. También el envoltorio. Si es fotografía, la montamos sobre aluminio; si es pintura la encastramos en una caja de metacrilato. Obligamos al espectador a hacerse preguntas sobre los materiales. Como en una ferretería. Luego, el epígrafe o leitmotiv, ocurrencia o tesis del comisario, se transforma en un buen titular bajo el que escribir en las páginas de un suplemento cultural. Pero la más coyuntural de las vanguardias no le resta mérito a un buen retrato, o a cualquier género, sea figurativo o abstracto, que cada día es más difusa esa frontera. Lo último no es necesariamente lo mejor.
La fotografía no es ajena a este panorama. Cuánto más avispado es el fotógrafo, más atractivo el leitmotiv. Las fábricas abandonadas se preguntan por qué merecen la visita de tantos fotógrafos. Los fotógrafos buscan cobijo bajo un epígrafe molón, el desparpajo y la moda redondean el producto. En cambio, hasta que un estudioso desempolve y revise tus negativos, tú, que eres un gran fotógrafo de prensa, no tendrás tu trozo del pastel. Además como la plaza de fotógrafo de corte etnográfico, ya la ocupan Virxilio Vieítez (con su espontáneo documentalismo, a salvo de cualquier estrategia de mercado) y otros deslumbrantes descubrimientos, tu trabajo quedará en un limbo. En la cuneta que se ha formado girando la curva analógica hacia la gran recta digital.
Pero hay fotógrafos como Gustavo Rivas que se empeñan en ir a contracorriente. Buscan los límites de la fotografía de prensa. Exploran terrenos poco transitados y logran retratos como el que traigo. En realidad se trata de un plato servido al viejo estilo. Blanco y negro. Claroscuro. Caravaggio podría trabajar, ahora mismo, en el estudio contiguo al del mencionado Elespe en NY. Y ser tan moderno como el que más. La luz no solo esclarece, también oculta y es capaz de dibujar con trazo grueso.