Cuando era pequeño me gustaba la vuelta al cole. No es que ansiara darme el gran atracón de conocimiento, es que me gustaba el tacto y el olor de los libros nuevos; el tiralíneas y más tarde los grafos; la escuadra y el cartabón; el plumier y la mochila. Me gustaban, en definitiva, todos los achiperres que un niño necesita. Achiperre, por cierto, es una palabra que aprendí de mi suegra. No sé exactamente lo que significa. Ni siquiera sé si habita en el diccionario. Es lo que mi padre llamaba matraquillo. Mi padre solía decir: cuando no estoy a gusto en un sitio, recojo mis matraquillos y me largo. Achiperres y matraquillos serían entonces esos accesorios o complementos que, por adición, completan y definen algo o a alguien. Los Madelman, esa maravilla articulada, tenían los mejores achiperres del mundo. A parte de una inquietante variedad de profesiones. No entiendo como un niño podía desear para Reyes un Madelman policía militar. A no ser para enmarronar al Madelman zapador o al Madelman policía montada del Canadá, propiedad de sus primos. Pero esa es otra historia. Volviendo a los achiperres escolares, mi favorito era el primer cuaderno. Me encantaba estrenar uno. Destinaba mi mejor caligrafía para las primeras hojas. Con bolis de varios colores y renglones derechitos. Luego, a medida que el hastío (que no tardaba mucho en llegar, acompañado de un señor mayor que era capaz, con una adormecedora cadencia, de convertir la Historia del Arte en una aburrida sucesión de diapositivas) se apoderaba de mí, perdía interés. Los renglones torcidos con los que está construido el mundo, y las tachaduras, mancillaban el sagrado territorio cuadriculado.
El plumier era el más siniestro de los matraquillos. Había niños que mantenían ordenados los lapiceros por gamas de color, tal como vienen en el plumier cuando lo compras. Cuando alguien se los descolocaba, afloraba el arbitrario y maniaco psicópata que todos llevamos dentro. Los asesinos en serie también son fanáticos del orden. Si el F.B.I. hubiera prestado más atención estadística al comportamiento de los niños con sus plumieres, se habría derramado menos sangre inocente.
Por todo esto me gusta esta foto de Mónica Irago. Los niños, con circunspecta curiosidad, se asoman a un mundo lleno de achiperres y matraquillos. Curiosidad que, con toda seguridad y varios cursos más tarde, se cargará el tipo de las diapositivas. De hecho, el tipo de las diapositivas debería desplazar al hombre del saco como figura disuasoria. Pensando en todo esto, mientras pintaba en el estudio, me he sorprendido ordenando, por colores, mis botes de acrílico. He logrado a duras penas frenar un irracional acceso de ira.
mmmmmmmmmmmm ese arrecendo dos libros novos….. qué recordos…. é algo que ainda me segue gustando, de cando en vez, nalgunha librería mentre elixo algún título non podo evitar pasar as follas diante do nariz e notar o seu arrecendo…….
Boísimos, o texto e a foto!!
¡Sí! ¡Muy buenos!
muchas gracias
Boísima, parece unha coral de Berlanga.
A luz, parece imposible para unha toma tan natural.
Encantame.