La Voz de Galicia
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retrato

Estaba a punto de decirle a mi sastre que iba a abandonar; que iba a dejar de revolver en el montón de ropa usada (buscando prendas únicas) de las tiendas raras que frecuento  en distintas ciudades de la vieja Europa; que iba a dejar de ser un tipo estrafalario y que ya nadie podría tacharme de no saber combinar mi vestuario; que iba a entregar mis hawaianas, mis guayaberas, mis estampados de fantasía, mis pantalones de cuadros escoceses, mis americanas de payaso serio y mis camisas country-western a ese tristísimo limbo textil que es el ropero de Cáritas, donde las prendas que un día anunciaron lo que venía (nunca he entendido esa frase con la que se disculpan los dependientes: la ropa viene así este año, como si se tratase de un inexorable determinismo) en los hombros de poliéster de un maniquí, y que más tarde fueron repudiadas por sus dueños como un juguete roto, esperan su segunda oportunidad; que mañana mismo iba a ir a Zara a comprarme el uniforme.
Esta foto logró disuadirme. Hay dignidad y buen paño. Admirable caída de traje. Correcto largo de saco y perfecto tiro del pantalón. Singular apostura. Volví a casa, abrí mi armario y allí estaba yo. En cada horrible camisa. Allí no había ni rastro de los visionarios cazatendencias de Inditex.
Creo que ya utilicé el recurso de comparar al autor de una imagen con Alberto García-Alix (uno de los dos fotógrafos que me sé) Debería haberme reservado para ésta, de Óscar Paris. Es A Coruña pero podría ser el barrio del Raval barcelonés a finales de los setenta. La aristocracia del Barrio.