En los conciertos de su última y homérica gira (esos con los que tapa los agujeros de sus vapuleadas finanzas) Leonard Cohen entra y sale del escenario dando saltitos como demostrando, parafraseando aquel mítico título de Paco Martínez Soria, que está hecho un chaval. Eso sí, no espere usted sorpresas. Si con Dylan la emoción y el pasatiempo (o la yincana) del concierto consisten en adivinar qué clásico de su catálogo está reinventando (o despedazando), con Cohen todo va por los suaves raíles que su socio desde hace varias décadas, Roscoe Beck, le tiene preparados y bien engrasados. Beck, que se ocupa de la dirección musical en sus conciertos, es para Cohen un gran aliado tanto como Phil Spector, el productor con pistola al cinto, fue un enemigo a finales de los setenta, cuando produjo el imperfecto, anárquico, pero delicioso Death of a Ladies Man. En cuanto a su voz, sigue intacta porque, francamente, había poco que perder. En realidad, Cohen sale a decir su texto. Su elegante teatralidad y su estupendo repertorio hacen el resto. También su biografía. Una biografía plena de múltiples destierros. Algunos elegidos, otros inducidos por su querencia a los productos farmaceúticos. Primero en la isla griega de Hydra, antes de decir adiós a Marianne; luego sus tórridas estancias en el Chelsea Hotel, consolándose con Janis Joplin por su mutua fealdad; más recientemente cocinando para sus compañeros en el monasterio budista. Los otros monjes lo llamaban El silencioso. Hay en su trayectoria una mezcla de hedonismo y una especie de laica espiritualidad. Además hay toneladas de ironía. En su concierto de hace un año en Vigo hubo al menos dos momentos mágicos. En el primero, Cohen sale solo al escenario, un foco lo ilumina, se quita el sombrero y, sin hacer nada más, provoca una ovación en el público. El segundo fue cuando interpretó Tower of song. Sus temblorosos dedos acariciando un pianito de juguete, con un fraseo intencionadamente pueril que el público agradece y que él rubrica con un sois muy amables, no exento de ironía. Otra vez la ironía. Su sello. Como no iba a caerme bien un tipo que tituló una de sus canciones con un Don´t go home with your hard-on. El decoro no me permite hacer una traducción literal, pero viene a ser algo así como: no vuelvas a casa cuando, digamos, estas sexualmente motivado.
La foto, de Carlos Folgoso, es de su estancia en Vigo el verano pasado. Este domingo El Silencioso toca en Ourense. Seguiremos hasta allí a nuestro mariscal de campo. Field Comander Cohen. Mi sastre, por cierto, valora positivamente el sobrio traje y la estrecha corbata. Eso es un básico, me dijo el otro día. Sospecho que últimamente ha vuelto a hojear, a escondidas, revistas de moda. Me preocupa.