La Voz de Galicia
Seleccionar página

v07l9689

Volver a escribir en este blog es tan arduo como volver a pintar después de semanas sin pisar el estudio. En el estudio todo esta dispuesto y esperándome:  desordenados montones de botes de acrílicos, bastidores, telas, cuadernos llenos de dibujos, cinta de carrocero como para dar la vuelta al mundo. Pero faltan las ideas. Un pintor sin ideas, de esos que se apoyan en la pura habilidad o en el oficio, es en realidad un artesano. Hay montones de ejemplos, pero esa es otra historia.
Estaba yo chapoteando en esta espesa ciénaga cuando vino a rescatarme, o a sacudirme, esta estupenda foto de Óscar Vázquez de un comedor de Cáritas. La foto, a parte de su gran contenido social, es perfecta en la gestión de la luz, que es el auténtico magma donde crece la buena fotografía.
Hay fotógrafos que siempre usan flash, y en esa precisión forense acercan detalle pero hurtan atmósfera. El flash es democrático y plano, pero no piensa. Hay fotógrafos que nunca lo usan si no es imprescindible y parecen disciplinados camarógrafos a las órdenes de Kubrick. Pero sin su pericia ni su instinto. A menudo la ausencia de foco y detalle está mal administrado y la confusión resultante no permite una lectura rápida de la imagen. La imagen no está hecha. En el punto intermedio está la virtud. Óscar hizo lo correcto en esta foto. La sombra (a salvo del flash) crea una anónima muchedumbre.  En su parte derecha se siluetean dos figuras de la mano. Hay dramatismo. Al fondo la luz es una salida. Al final del túnel. Mi túnel.