La Voz de Galicia
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limusina

Mucho más que un género. Una forma de vida. Como el western. El western tenía en Howard Hawks y en Ford a sus dos legisladores. El estilo, del cual la imagen de hoy es un ruidoso paradigma, también tiene sus profetas fotográficos. Pero esa es otra historia.
Los decorados son del barro cocido con el que se construyen las burbujas. La banda sonora es el rumor centrífugo de las hormigoneras. El dramatis personae se nutre de personajes rurales, cimarrones y crepusculares. Y de vacas, muchas vacas. El contraste y la paradoja son las volutas que lo adornan. Cuando no hay dinero, abunda la obra inacabada. Pero, haciendo una analogía con la pintura, sin la gracia del Bad painting. Cuando hay dinero, hay voluptuosidad. Puedes encontrarte una farmacia que parece el Partenón o una mansión con almenas y hasta un torreón. Desprecio por la arquitectura tradicional pero eso sí: una irracional veneración por la piedra, cuanto más cara mejor.La imagen destila algunos de los órdenes de este estilo. Una empalizada de bloque, medio cubierta por una uralita; una leira acotada con todo el énfasis que proporciona el cemento: el auténtico magma donde hierve nuestro adn; y la apoteosis: una especie de pérgola achabolada bajo la que dormita una limusina.
El cromado invitado sería la sorpresa, el gag o el macguffin. Algo que está y que no debería estar. Algo que violenta el paisaje. Como en el Pop. Como un ocurrente chascarrillo en la moqueta de una Bienal. Acostumbrada al tacto sedoso de la alfombra roja, despierta cierta ternura verla languidecer huérfana de vips, de novias o de Reyes Magos. Tan cruel como hubiera sido obligar a Sinatra a viajar en utilitario.