Todos recordamos, con una mezcla de ternura e incomodidad, ese momento en el que el profesor pronunciaba aquellas temidas palabras: “salga al encerado”. Delante de toda la clase, desnudo intelectualmente, el alumno debía demostrar su valía blandiendo una tiza. Ese recuerdo y otros muchos, ocultos en la desordenada biblioteca que vive en nuestro interior, afloran en muchos cuadros de Moldes. Su obra tiene ese tipo de potencia, en lo que tiene de autobiográfica. El hijo de Moldes estudia física. Garabatea fórmulas matemáticas en pequeñas libretas. Un lenguaje complejo e inextricable. Moldes rescata esas libretas para apropiarse de su caligrafía, que para el profano es un galimatías; después la convierte en un inesperado suceso gestual, en un baile de protones y de partículas que quieren explicar el universo. Y ahí, sobre un potente fondo negro, en el gran formato en el que la obra de Moldes respira y te envuelve, aparece el encerado de nuestra memoria. El resultado es un poderoso tríptico de seis metros de eslora titulado “Colisións”, que no es otra cosa que un misterioso y alternativo Big Bang. Moldes no utiliza la fórmula matemática para desentrañar el universo, la desnuda de su carga semántica para que brote, natural, su misma belleza.
Otro ejemplo de cómo su biografía se entrelaza con su imaginería es una breve estancia en Nueva York. En el apartamento de Chelsea que habitaba las contras de sus ventanas dejaban entrar apenas la luz. Unas pequeñas rendijas luminosas que dibujaban, como un secreto, un signo más y un signo menos. De nuevo una sencilla fórmula que Moldes incorpora como si no le quedara otro remedio; como si existiera una cierta providencia pictórica que se adueñase de su mano, de la mano que sostiene el pincel. Una suerte de trance a través del cual Moldes exorciza sus obsesiones. El más y el menos dieron pie a una serie que completa con códigos binarios y con símbolos pintados con colores eléctricos, como si tradujese a parámetros pictóricos ese mundo tecnológico que amenaza con convertirlo todo en virtual. La obra de Moldes se construye a fuerza de dar respuestas desde la pintura a estímulos vivenciales, o a estímulos externos. La lectura del periódico sin ir más lejos. Moldes es un cronista de sí mismo y de su época. Y la única fuente que necesita es la pintura.
La exposición tiene empaque de pequeña retrospectiva. Hay obras que aún rezuman algo parecido a ese Gótico Americano de Grant Wood, traducido a nuestras coordenadas vernáculas. “A matanza do gran porco”, otro tríptico de seis metros, es un retrato vívido de una las ceremonias que con más terquedad se incrustan en nuestro subconsciente. Es el cuadro que enlaza con la obra más clásica y reconocible de Moldes. El otro espectacular tríptico de la exposición titulado “Morrendo por non vivir”, recoge la leyenda japonesa de los tres monos sabios. El primer mono no oye, el segundo no ve, el tercero no habla. Esta imagen transmitía, como los capiteles románicos, mitad adoctrinamiento, mitad intimidación. Moldes la desnuda de toda moralidad para que toda su potencia emblemática aparezca.
Las obras más reciente poseen un delicado clasicismo que sorprende por su contemporaneidad. Los retratos, encuadrados en cenefas o mandorlas, parecen perseguir la definitiva consecución de un pantocrátor laico. Moldes siempre irreverente.