Todos los pintores gestuales que conozco hablan de Cy Twombly. De la ligereza sináptica que Twombly inyectaba a las terminaciones nerviosas que salían directamente del pelo de su pincel. Hablan menos de Pollock, porque sus dripping son casi tan populares como un estampado industrial. No muchos hablan de Tàpies pero, secretamente, en todos se puede rastrear la huella de Tàpies, que puede aguantar la mirada del americano con holgura. De alguna manera Tàpies continúa donde lo dejó Miró, colocando el arte abstracto español en la escena internacional. Pero además entiende la materia como nadie y más tarde el object trouvé, u objeto encontrado, que incorpora a sus telas. Por qué pintar un zapato si puedes incorporar un zapato. Este sencillo cuestionamiento no pone en jaque las leyes de la representación, sino que convierte a Tàpies en un maestro de la figuración, o mejor, en uno de los primeros en menospreciar la absurda (por ideológica) frontera entre figuración y abstracción. Aun así muchos amanuenses beligerantes no entenderán su desgarbada relación con el objeto; su insistencia en el signo y en una reconocible caligrafía propia; su afición povera por el detrito. Tàpies construyó su biografía visual con el humilde atrezo de lo cotidiano. No era un iluminado como Joseph Beuys, era más bien un artista rupestre jugueteando con los restos de un naufragio.