La última vez que visité a Lamazares en Berlín quedamos para cenar en un turco, en el barrio de Kreuzberg. También estaban jóvenes expatriados de la pintura española como Nico Munuera o Santiago Ydañez. Luego fuimos a jugar al futbolín y es notoria la afición alemana por nuestro divertimento patrio. Lamazares juega en la defensa. Está en forma. Los otros dos suelen jugar en la delantera, como corresponde a la fiereza y frescura de la juventud. Lamazares los espera bien colocado. Los ve venir. Igual que en la pintura. Se anticipa a sus movimientos. Es creativo combinando y muy sólido en el juego profundo. Igual que en la pintura. Estoy seguro de que el gran pintor alemán Helmut Dörner también juega atrás. Dörner ha interiorizado el expresionismo alemán y su ruidoso brutalismo, pero lo domina desde la contención. Igual que un buen portero de futbolín. Lamazares lleva antes en su mochila a Laxeiro, a Pesqueira y a Grandío que a las vanguardias abstractas españolas encarnadas por el rimbombante grupo El Paso. Se lleva a su estudio de Berlín todo el peso de nuestra tradición y luego es capaz de despejar de la obra, si esta lo necesita, toda nostalgia pusilánime. Despejar es importante para un pintor. Igual que para un buen portero de futbolín. Y cuando no encuentra un futbolín de guardia, se lo juega todo a los chinos, su otra gran ludopatía. En el mano a mano te mira a los ojos y es capaz de acertar tu número de cuenta.
Por la mañana, después de perder al futbolín y a los chinos, fui a visitar la galería Kai Hilgemann, que lo representa en Berlín. Está muy cerca del check point, donde los turistas se fusilan unos a otros con sus cámaras. La galería ocupa un hangar posindustrial en uno de esos entrañables patios de Berlín. Dentro te recibe un cuadro de Antón, de grandes dimensiones, al lado de otro de Bosco Sodi, un tondo circular de 250 centímetros de diámetro. Cuando ves la obra de Antón en este contexto te das cuenta de lo bien que encaja en el escenario europeo. Taurino y colchonero, Lamazares siempre juega a la contra. No participa de la ficción cosmopolita y multicultural de la supuesta capital de la cultura europea. Vive una vida de barrio y se encierra por la noche en el estudio. Está en Berlín para trabajar. Y para recibir a los amigos, como el gran anfitrión que es. El resto del tiempo lleva una vida monacal y aunque no pensaba utilizar, por esa cosa de ser original, la palabra franciscano, resulta que en este caso el monje hace al hábito. Y el único hábito posible es la pintura.