Al albur del poder, en sus oscuras trastiendas, crecen los personajes secundarios. Suelen ser personajes atractivos y literarios, ya sea el valido de un rey o el apoderado de un torero. Mientras Merkel le hace un traje a Europa, su sastre, un excelso ingeniero del patronaje, corta inmensos retales galvanizados para construir el blindado traje de chaqueta con el que la teutona hace de menos a los otros personajes trajeados que menguan, como chiquillos acobardados, en su presencia. En su vestidor Angela debe tener al menos una veintena de trajes de chaqueta, de color malva, idénticos entre sí. Por la mañana, antes de desayunarse a algún presidente, no ofrece dudas a su coquetería, donde quiera que esté. Es como el mono de un albañil: un traje de faena. Cuando los otros líderes europeos la ven venir, el traje malva se convierte en la armadura que llevaba la mismísima Juana de Arco. El díscolo James Cameron le juega de enroque, corto en este caso; Italia propone un gambito y le entrega a Berlusconi; Papandreu le prepara sin éxito una pueril celada. La gobernanta se pasea ufana con su blazer malva como si nada y Cameron la sigue con la mirada. Y qué mirada. Atragantado, toda su flema británica acaba convertida en la otra flema, esa que acaba empastando el fondo de un pañuelo. La foto adquiere toda la fuerza de un retrato elíptico. Cuenta cómo es Merkel con un borrón rubio, un borrón malva y una mirada. El desenfoque es igual de preciso que un montón de sesiones de desvelos hiperrealistas. Gracias a la enfermiza querencia de Angela por el color malva y a la dubitativa mirada de James Cameron. El retrato de Angela está en los ojos de Cameron. Tendría que haber puesto cara de póker, aunque con baraja inglesa es más adecuado el bridge. En todo caso, esa mirada pusilánime no vale ni para un tute subastado. La mirada de Cameron no valdría para un personaje del Decamerón.
La foto es de Yves Herman, de Reuters