Se ha escrito mucho sobre el feísmo. Pero todo concepto llevado al paroxismo puede invertir su significado: el feísmo podría ser bello. No estoy seguro de que sea el caso de la imagen de hoy. Pero sí lo estoy de que lo que se ve en esta estupenda foto, obra de Mónica Irago, alberga inquietudes estéticas. Marcel Duchamp fue un gran artista, pero todo el mundo lo conoce (gracias a nuestra incorregible querencia por lo anecdótico) porque colocó un urinario un museo afirmando que eso era Arte. Desde entonces la porcelana de la que está hecha nuestra intimidad está acostumbrada a frecuentes relecturas. Cuántas veces, siendo niños, nos hemos preguntado para qué servía ese otro artefacto blanco al lado de aquel en el que nos sentamos para ser más conscientes de nuestras digestiones. El propio bidé cuando mira a su gemelo, siempre tan ocupado, se hace preguntas. Según parece el origen del bidé es francés, como muchos de los equipamientos del hedonismo. Como el arte y ensayo, subido de tono, que nuestros deudos iban a ver a Perpignan. De lo que no hay duda es de que el bidé, por ser más prescindible, es el más artístico de los dos muebles bajos de nuestro baño. Por todo esto la señora de la foto no solo es la autora de un acertado y enxebre ready made sino que, además de presentar la pieza con admirable precisión geométrica, redime al esforzado sanitario de su ostracismo. No hay ni rastro de la desgarbada despreocupación con la que se suelen presentar las obras conceptuales. Es una instalación primorosa. Tanto como si Juan Muñoz hubiera usado enanos de jardín en lugar de esa desconcertante turba de figuras anónimas que utilizaba para sus conjuntos escultóricos. En el jardín de tu vecino puedes encontrar las cosas más inverosímiles. Podéis llamarlo feísmo. Yo lo llamo Arte Moderno.
Nuna había visto un jardín tan bien amueblado, además la intrincada vegetación que los habita no dista mucho de la selva para la que fueron diseñados aunque ahora el agua viene de afuera y no chorrea desde adentro.