El último disco de Dylan, tejido con la espesa trama de un acordeón, ya ha sido destrozado por la crítica. No es nada nuevo. En la gira del 66 Dylan aporreaba el piano para perpetrar sin piedad, con un sonido horrible y una banda que no lograba seguir sus erráticas envestidas, un Ballad of a thin man por el que el público le devolvía un atronador abucheo. Poco virtuosismo, brocha gorda para esbozar obras maestras y mucha determinación. Siempre se dijo que necesitaba un buen productor y entonces apareció Daniel Lanois para domar su sonido. Pero a mí siempre me ha parecido que el Dylan del 66, enloquecido, torpe y desmañado, es el mejor Dylan. Lo que no sabía se lo inventaba y esto es una prerrogativa del caprichoso ego de los genios.
La foto, de Marcos Míguez, de un acordeonista esperando a sus dos compañeros que con él forman el trío, además de evocarme al viejo Bob, es una lección de ritmo y teatralidad. La luz penetra en las sillas y entonces lo que tenemos es un suceso constructivista que firmaría el mismísimo Moholy Nagy o el excelente pintor vasco Muniategiandikoetxea. Tenemos también mucha atmósfera cinematográfica y una cierta melancolía contenidas en el viejo músico. Todo eso lo tenemos en una sencilla foto tomada con luz natural. La luz es la materia sobre la que se construyen las fotos. Marcos Míguez asiste al momento en que la luz convierte tres sillas en una partitura. Y la ejecuta con éxito.
Presiosa foto y preciosa descripción!
Estas que te sales y aún encima el abuelito te regala nuevas canciones…Te imagino levitando.
Besos para ese pedazo de jefe.
¡Qué bonito! De acuerdo con lo que cuentas, estoy con María: llevas una rachita que te sales, chico (perdón por llamarle chico a todo un señor jefe, pero lo digo con la mejor intención: por lo bueno de la juventud, por la buena forma que tienes, por no perder el buen gusto ni con este tiempecito que nos aletarga hasta los sentidos…).
Qué arte tienes.
Saludos cariñosos.