Tengo dos insensatas teorías sobre Damien Hirst. La primera es que no existe. El manoseado tiburón y el formol serían una leyenda urbana. En realidad Hirst sería el perfecto mcguffin, necesario para que los columnistas, opinadores y tertulianos, despejen la tranquilizadora ecuación: arte contemporáneo igual a fraude. No hace falta profundizar, sólo invocar a Hirst y quedarse tan ancho. La segunda teoría es, precisamente, que la auténtica obra de Hirst consiste en inundar las revistas dominicales, las columnas de opinión y las sobremesas de la tele de sus travesuras fluxus o sus ocurrencias conceptuales. Esta masiva inundación mediática sería ampliamente documentada por el autor y un buen día empapelaría las sacrosantas paredes de un centro de arte contemporáneo con los recortes de su acción. Sería como llevar la mítica obsesión de Warhol por los mass media al paroxismo. Las dos teorías no tienen nada que ver con su obra, igual que todo lo que se escribe por ahí.
Lo que está claro es que Hirst ha sentado una suerte de jurisprudencia. A Santiago Sierra, que estos días actúa en el Marco, se le aplicará con toda seguridad la Ley Hirst.
La foto es de Xoán Carlos Gil.
Muy bueno muy bueno.
Pues yo opino que me encantan lo bien colocados que están lo palés. Espero que formen parte de «la obra».