La Voz de Galicia
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Mi sastre trabaja a molde perdido. No utiliza patrones: cada traje es único. Por eso cuando conoce a una persona, mentalmente toma sus medidas. Puede decirte qué talla usas antes de conocer tu nombre. Un buen fotógrafo debe interiorizar un mecanismo parecido para componer sus fotos. No importa que no conozca las leyes de la composición, pero sí que las aplique. Y rápido. La composición es la clave, siempre que sea hábilmente mezclada con una buena dosis de instinto periodístico. La técnica podemos adquirirla subiéndonos al frenesí cursillista (si te aburre tu vida, hazte un cursillo) o acudiendo a una academia donde te enseñarán a revelar fotos en blanco y negro, un poco antes de la triste e inevitable extinción de las ampliadoras. Pero cuando nos asomamos a la ventanita que ofrece la cámara, pocos saben colocar los elementos y ordenar el espacio. La foto que traigo es un buen ejemplo de buena composición. Se trata de unas obras de peatonalización de la calle que da acceso a la clínica Povisa en Vigo. Como las ambulancias no pueden llegar a la puerta, los enfermos recorren en silla de ruedas la calle en obras sorteando baches, hormigoneras y mirones de obra. El fotógrafo, en este caso Gustavo Rivas, hizo una serie larga de fotos, casi todas con gran angular, en las que queda patente el delirante suceso. Esas ya eran buenas. Pero para la foto que destaco, cambió a teleobjetivo para fundir el primer plano con el volquete que se avecina. El resultado es demoledor gracias a que el fotógrafo piensa más rápido que el ritmo de los acontecimientos y no se conforma con lo que ven sus ojos: utiliza un lenguaje fotográfico. Lo absurdo del acontecimiento no tiene nada que ver con la fotografía. Tiene más que ver con un cierto surrealismo que se desata en Galicia cuando giran las hormigoneras. El auténtico tótem de nuestra civilización.