Procesar el juez Castro a la infanta Cristina y armarse el belén fue todo uno. Políticos de todo pelaje, periodistas y comentaristas se alborotaron y el asunto ocupó todo cuanto espacio hay en radios y televisiones para informar de lo que pasa y analizarlo. En esas estaba la persona que dirige uno de los informativos radiofónicos más escuchados del país cuando un colaborador suyo abordó uno de los aspectos del caso, el mantenimiento del título nobiliario del que disfrutan la acusada y su consorte. El contertulio planteó que la procesada podría renunciar al duquesado, a lo que su interlocutora le respondió que, alternativamente, el rey podría desposeerla del duquesado. Y así siguió la conversación, duquesado para arriba, duquesado para abajo, sin que nadie se despeinase, hasta que el clarín tocó cambio de tercio.
Contrasta la nula trascendencia que tuvo el episodio con el eco de otro similar ocurrido unas semanas atrás. Una persona que retransmitía en televisión el funeral por el presidente del Gobierno que pilotó la transición a la democracia en España habló del duquesado de Adolfo Suárez. El follón que se montó esta vez pudo deberse en parte a que quien así habló era reincidente en pecados de lengua y de sentido común. Por ejemplo, con ocasión de la muerte de Asunta, la niña de Santiago de trágico final, había comentado ante las cámaras: «Si acaba de ser asesinada, todavía estará blandita».
Los mencionados casos de duquesado no son los únicos. Hay algo que impele a los voluntaristas creadores de lenguaje a esforzarse en ampliar el catálogo de voces nobiliarias. Quizá el encanto, el glamur que envuelve ese mundo. He aquí otra muestra, esta hallada en un artículo dedicado al lacón gallego en una popular guía de viajes: «Vilalba en el pasado fue hogar de familias nobles que se integraron en los Lemos y acabaron formando parte del duquesado [sic] de Alba». ¡Ay si la duquesa de Alba pudiera levantar su inclinada cabeza!
Podríamos continuar el recuento de agravios a la nobleza, pero si insistimos en convertir los ducados en duquesados acabaremos transformando a los duques en duqueses. Pensarán los comentaristas antes citados que si cada marquesado tiene su marqués, a cada duquesado le corresponderá un duqués, espléndida pareja para la duquesa. No será, en cambio, disparatado atribuir al conde un condesado, que, aunque muy raramente usado, es sinónimo aceptado de condado. Esa forma surgió de condesa, ‘mujer que heredó u obtuvo un condado’. Que lo disfrute con el condés, dirán en algunos medios.