En la Ortografía en vigor, del 2010, la Academia Española cambió el criterio sobre la forma de escribir los latinismos. Si hasta entonces no recibían un tratamiento tipográfico diferenciado, por considerarse el latín la lengua madre del español, la nueva norma establece que pasen a escribirse como cualquier extranjerismo: en letra cursiva y sin tilde alguna (en latín no existen), cuando son latinismos crudos, y en redonda si están adaptados a la ortografía y la morfología del español.
«Son voces propiamente latinas, que no cabe considerar incorporadas al caudal léxico del español —dice la Ortografía—, aquellas que se usan en los textos con plena conciencia por parte del autor de estar empleando términos en latín». El problema surge cuando el hablante tiene dudas en vez de «plena conciencia». La solución podría estar en la versión del Diccionario colgada en Internet, pero tres años después de implantada la norma los latinismos allí recogidos siguen apareciendo en letra redonda.
Más crudo lo tiene el lector que se plantea cómo debe escribir la locución adverbial in fraganti, que se emplea para indicar que algo ocurre en el mismo momento en que se está cometiendo el delito o realizando una acción censurable (Sorprendieron a los atracadores in fraganti). En realidad, es una deformación del latín in flagranti (in flagranti delicto, in flagranti crimine). La transformación solo existe en español, por lo que difícilmente puede colgársele al latín. La locución parece latina, pero no lo es. Y aunque no parece española, habrá que considerarla y escribirla como tal.
Claro que el hablante tiene otras opciones, las variantes de in fraganti. La principal es una más completa adaptación, infraganti, ya un adverbio español. También puede optarse por en flagrante y en fragante. Esta última es una aromática y temprana adaptación al español que se empleó profusamente, antes de volver sobre el seudolatinismo, en el siglo XVII: «Como te habemos contado, / por aviso que tuvimos, / en fragante le cogimos / cometiendo el gran pecado» (Miguel de Cervantes Saavedra, La gran sultana, 1615).
En el siglo XVIII se empleaba también en fraguante, pero esa fórmula ya no fragua.