La diputada Rosa Díez ha hecho unas declaraciones en las que, entre otras cosas, afirma: «Me la repampinfla que digan que somos de derechas o de izquierdas». Emplea su señoría una variante de refanfinflar, verbo que solo aparece en la frase me (o te, se…) la refanfinfla. A pesar de su amplio uso, a la Academia se la refanfinfla a su vez y no lo incluye en el Diccionario, por lo que quien no tenga claro su significado ha de acudir a obras de iniciativa privada. Así, el María Moliner ofrece este artículo: «refanfinflar. Refanfinflársela a alguien. Vulg. Dejarle totalmente indiferente, no importarle».
El pronombre la es aquí el complemento directo. ¿A qué sustantivo sustituye? Su permanencia en la penumbra y la exclusión de la frase de los usos más formales hacen pensar a muchos que se trata de algo que está una cuarta al sur del ombligo. Otro factor coadyuvante de esta impresión son dichos de construcción similar (me la suda, me la trae floja…), igualmente impropios del lenguaje formal.
En contra de esto, podría verse en el me la refanfinfla una jitanjáfora, un enunciado con palabras inventadas, sin significado pero con valor eufónico. No parece descaminada la tesis de la palabra inventada. Así lo creía Cela, que la veía como una creación léxica popular de origen onomatopéyico apoyada en la idea de blandura y bamboleo —decía— de los sonidos /f/ y /n/.
Nuestros escritores aprovechan la expresividad de la frase en sus obras, en contextos adecuados. «Porque la Frans nos la trae floja y Vuecencia nos la refanfinfla, Sire», dice un personaje de La sombra del águila, de Arturo Pérez-Reverte. Más remilgados estuvieron los traductores de la película Lo que el viento se llevó al adaptar el último encuentro entre Rhett Butler y Scarlett O’Hara (la señorita Escarlata). Cuando el galán la abandona, ella pregunta «¿Adónde iré? ¿Qué haré?», a lo que él responde con una frase que se ha hecho famosa: «Frankly, my dear, I don’t give a damn». Fue traducida como «Francamente, querida, me importa un bledo». En algún sitio hemos leído la propuesta de sustituirla por «Francamente, querida, me la refanfinfla». Pero la historia hubiese perdido su carga dramática.