La noticia es sobrecogedora: «El Juli tendrá una larga recuperación por la cornada en su pierna». Ya fuera de peligro el diestro, lo que perturba es el empleo del posesivo su donde solo debió ponerse una venda, es decir, en la pierna del diestro. Porque emplearlo aquí constituye pleonasmo, pero no la figura retórica que enfatiza el discurso, sino la redundancia viciosa de palabras. Porque no hace falta explicitar que se trata de su pierna para que el lector sepa que la extremidad herida es del Juli. Si el cronista hubiese escrito «El Juli tendrá una larga recuperación por la cornada en la pierna», quedaría igualmente claro que el remo era suyo y no del picador o de un banderillero de su cuadrilla.
Ese inelegante su pierna es el pan nuestro de cada día. Si el lector se toma la molestia de preguntarle al tío Google por el sintagma en cuestión, le responderá en cosa de centésimas de segundo que aparece 1.560.000 veces en la cibercosa, en un alto porcentaje de ellas con la misma tara. Si le preguntamos por su brazo, las apariciones se disparan a 3.260.000 casos, incluido el de un trovador cubano que, según Granma, «ofrece su brazo fraternal a Venezuela». Podríamos seguir con el recuento, pero corremos el riesgo de montar una macabra desmembración.
Cuando el pronombre es innecesario para transmitir el mensaje con claridad y no le aporta expresividad ni énfasis, se incurre en delito de leso estilo (Yo escribo a mis parientes por Escribo a mis parientes, pero La cama la hago por la mañana y Tú te callas).
Se aprecia redundancia en frases del tipo He conocido a su padre de usted, hoy en declive. Sin embargo, la fórmula puede ser necesaria para evitar ambigüedades y hasta algún equívoco, como queda de manifiesto en un chiste que contaba don Fernando Lázaro: Un empleado de un banco le dice a su jefe: «Señor director, tengo el penoso deber de comunicarle que Martínez, el interventor, cuando acaba el trabajo por las tardes se va a su casa, recoge a su mujer en su coche y se van a un hotel de mala nota». El director muestra extrañeza por tal comportamiento, pero no ve razón para actuar, ante lo cual el pelota chivato le pide permiso para tutearlo. Obtenida la anuencia, relata de nuevo: «Martínez, el interventor, cuando acaba el trabajo por las tardes se va a tu casa, recoge a tu mujer en tu coche y se van a un hotel de mala nota».
¡Caramba, caramba!