Se ha observado en algunas personas extrañeza, casi perplejidad, al ver mencionado como rufián a un personaje que se ha hecho tristemente famoso por los pingües beneficios que obtenía de la explotación de mujeres y por la mala vida que les daba. Es, quizá, la consecuencia de una tendencia a usar solo uno de los varios nombres aplicables a una misma cosa.
En la materia apuntada al principio, muchos utilizan únicamente el sustantivo proxeneta para designar a quien obtiene beneficios de la prostitución de otra persona. Pero hay más, como el mencionado rufián. Es esta voz de origen incierto, aunque podría proceder del italiano ruffiano, evolución a su vez del latín ruffus, ‘pelirrojo, rubio’. Su adopción se explicaría por la prevención de algunos contra los pelirrojos o como alusión a la costumbre de las rameras romanas de adornarse con pelucas rubias. La Academia lo define con toda una sentencia moral: «Hombre que hace el infame tráfico de mujeres públicas». Rufián designa también al «hombre sin honor, perverso, despreciable».
Con el primer sentido aparece en La Celestina (c. 1499–1502), donde un personaje presume de espada: «Por ella le dieron Centurio por nombre a mi abuelo, y Centurio se llamó mi padre, y Centurio me llamo yo». A lo que responde otro: «Pues ¿qué hizo el espada por que ganó tu abuelo ese nombre? Dime, ¿por ventura fue por ella capitán de cien hombres?». «No —aclara Centurio—, pero fue rufián de cien mujeres».
El diccionario de Palet (1604) lo equipara al maquereau francés, origen de nuestro macarra, con paso por el catalán macarró.
Rufián es el padre de otras voces españolas, como rufianear (‘hacer cosas propias de rufián’), rufianería (‘tráfico de mujeres públicas’ y ‘dichos o hechos propios de rufián’), rufianesco (‘perteneciente o relativo a los rufianes’), rufianesca (‘conjunto de rufianes’), arrufianado (‘parecido al rufián en las costumbres, modales u otras cualidades’)… Algunas otras pertenecen a la germanía, la antigua jerga de ladrones y rufianes, nombre que también se daba a la propia hampa. Ahí llamaban al rufián rufo, que también es ‘rubio, rojo o bermejo’, y en algunos lugares ‘rezagante, lustroso’ y ‘robusto’. En gallego, rufo se dice de una persona mayor que se mantiene ágil y saludable (Aínda está moi rufo).
Allí, en la rufianesca, jacarandana o chanfaina, el pequeño rufián era el rufezno, y el respetado por todos los demás, el jayán.
El lenguaje evoluciona, pero en pleno siglo XXI sigue habiendo chulos y lumis que se enchulan. Cosas de la naturaleza humana.