De todo lo dicho por Adolfo Suárez en su carrera política, lo que ha quedado más grabado en la memoria de los españoles es el «puedo prometer y prometo», que empleó en un mensaje que Televisión Española emitió el 13 de junio de 1977, dos días antes de las elecciones generales. Suárez, que ocupaba la presidencia del Gobierno por designación real desde un año antes, disponía, como los líderes de los demás partidos, de un espacio televisivo para pedir el voto. Llamó a Fernando Ónega y le pidió que diese forma a las ideas que quería transmitir. Luego modificó algunas partes del texto, excepto el pasaje del «puedo prometer y prometo». Y con esa fórmula, que expresaba que estaba en condiciones de cumplir y que se comprometía a llevar a cabo lo que decía, encabezó siete promesas:
«Puedo prometer y prometo que nuestros actos de gobierno constituirán un conjunto escalonado de medidas racionales y objetivas para la progresiva solución de nuestros problemas.
»Puedo prometer y prometo intentar elaborar una Constitución en colaboración con todos los grupos representados en las Cortes, cualquiera que sea su número de escaños.
»Puedo prometer y prometo […] dedicar todos los esfuerzos a lograr un entendimiento social…».
Esa repetición cadenciosa fue lo que quedó del mensaje. Hoy suena la música, pero apenas alguien se acuerda de la letra. Esa música es una figura retórica llamada anáfora. También fue empleada por Martin Luther King en un discurso que supuso un punto de inflexión en la lucha por los derechos civiles en Estados Unidos.
El 28 de agosto de 1963 se celebró una gran manifestación, la Marcha sobre Washington por el Trabajo y la Libertad. Ante el monumento a Lincoln, Luther King pronunció el discurso «Yo tengo un sueño» (I have a dream). Y esa fue la frase que pronunció ocho veces, seis de ellas para expresar sueños como que «un día esta nación se pondrá en pie y vivirá el verdadero significado de su credo […]: que todos los hombres han sido creados iguales». Y como el «puedo prometer y prometo», el «I have a dream» fue resonando en los oídos y golpeando en la conciencia de los estadounidenses como un aldabonazo repetido. Hoy, ambas expresiones ya forman parte de la historia.