La Xunta ha terminado por rendirse a la evidencia y ha desistido de seguir adelante con la construcción de la Ciudad de la Cultura, que se ha convertido en el símbolo de una época de derroche y falta de prudencia en la administración de la cosa pública. El complejo de edificios del monte Gaiás pasará a la historia como el elefante blanco de la Galicia contemporánea.
En español, un elefante blanco es algo muy costoso de mantener y que no produce utilidad alguna. Generalmente, se aplica a obras grandiosas de promoción pública, cuya explotación y conservación acaban convirtiéndose en una losa difícil de soportar. Con el mismo sentido se emplea en otros idiomas, como el portugués (elefante branco), el francés (éléphant blanc) o el inglés (white elephant).
Como ocurre en otras especies animales, entre los elefantes surge ocasionalmente algún ejemplar albino. En el antiguo reino de Siam, en cuya bandera aparecía un elefante, los blancos eran considerados animales sagrados. Allí pertenecían al rey, que cuando quería gastarle una muy gorda a algún súbdito le regalaba uno de aquellos animales. Su cuidado y mantenimiento eran tan costosos que acababan arruinando a su nuevo propietario. Otras versiones sitúan esta historia en la India, con los príncipes locales como protagonistas.
Con el sentido de marras, elefante blanco se emplea desde la segunda mitad del siglo XIX. Y desde entonces no han dejado de aparecer ejemplares, alguno de los cuales acaba adquiriendo ese nombre como propio. Es el caso de un enorme edificio de Buenos Aires proyectado en 1923 y que iba a ser el mayor hospital de América Latina. Su construcción se abandonó tras la caída de Perón (1955).
Los elefantes blancos sin trompa abundan más que los que la tienen. Fíjense en esta manada, incompleta: los aeropuertos de Ciudad Real y de Castellón, que no se usan; la Ciudad del Circo de Alcorcón, el estadio olímpico de Madrid, la Ciudad de las Artes y las Ciencias de Valencia… y la inefable Ciudad de la Cultura del monte Gaiás. Si al menos nos sirven de lección…