Pese al plácido discurrir de los días en el siglo I antes de Cristo, se acuñó entonces el tempus fugit. Nos queda la incógnita de lo que diría Virgilio si asistiese a estos momentos de aceleración histórica. Así, el que fue campeón de la democracia española en la transición y llevó durante tiempo el gobernalle a satisfacción del respetable ve hoy su nombre asociado a un verbo estremecedor: abdicar.
El significado principal de abdicar usado como verbo transitivo es traspasar un soberano (sujeto) la corona (complemento directo) a otra persona (complemento introducido por la preposición en): La reina Beatriz abdica el trono en su hijo Guillermo. También es posible —e incluso más frecuente— la aparición del verbo abdicar en uso absoluto, es decir, sin expresar el complemento directo, que se da por sabido: La reina Beatriz abdica en su hijo Guillermo. Es asimismo frecuente prescindir del complemento introducido por en: La reina Beatriz abdica el trono; La reina Beatriz abdica.
Con el significado de marras, abdicar se emplea también como verbo intransitivo. En este caso, aquello a lo que se renuncia es un complemento introducido por de: La reina Beatriz abdica de la corona.
Pero no se abdican solo coronas, tronos y reinos. Otra acepción de abdicar es ‘renunciar a algo, especialmente abstracto (ideas, principios, opiniones…), que se tiene como propio’: El 25 de Agosto de 1330, Pedro Corvario, puesta una cuerda al cuello, y postrado a los pies del verdadero Pontífice Juan XXII, abdicó sus derechos, si pudiera tenerlos, pidiendo humildemente absolución y penitencia (Emilia Pardo Bazán, San Francisco de Asís, 1903).
A propósito de abdicaciones. Fuentes de la Casa del Rey informaron hace unos días de que don Juan Carlos «no se ha planteado en ningún momento la posibilidad de abdicar ni tiene previsto hacerlo». Un acerbo comentarista ha glosado así el comunicado: «Si no se plantea abdicar es que no piensa abdicar, y si no piensa abdicar es que no se lo plantea». Nosotros abdicamos de comentarlo.