La decisión de Joseph Ratzinger de dejar la silla de Pedro para retirarse a un convento ha suscitado un pequeño debate sobre la palabra adecuada para aplicar a su acción. Dimisión, abdicación y renuncia eran las candidatas.
Abdican los reyes y los príncipes que ceden su soberanía o renuncian a ella. Dimite quien renuncia al cargo que desempeña. Y renuncia quien hace dejación voluntaria, dimisión o apartamiento de algo que tiene o puede tener. Entre quienes renuncian están los que abdican y los que dimiten. Abdicar y abdicación no son los mejores términos que se pueden aplicar a Ratzinger, pues, aunque como cardenal es un príncipe de la Iglesia, no es su soberano ni cede su cargo a nadie.
No se ve mayor obstáculo para poder decir que Benedicto XVI ha dimitido, aunque muchos lo rehúyen, quizá porque nunca antes se aplicó el verbo dimitir a un papa. Pero los obispos se convierten en obispos dimisionarios cuando llegan a determinada edad y renuncian, y el papa, que también es obispo de Roma, puede ser después del día 28 el papa dimisionario. O el expapa. Antes de llegar ahí, la mayoría de los medios de comunicación han optado por emplear el lenguaje que utiliza la Iglesia. La traducción oficial del anuncio papal que distribuyó el Vaticano dice así: «Bien consciente de la seriedad de este acto, con total libertad declaro que renuncio al ministerio del Obispo de Roma, sucesor de San Pedro, confiado a mí por los cardenales el 19 de abril del 2005».
No es este un uso excepcional. El Código de Derecho Canónico emplea el mismo lenguaje: «Si el Romano Pontífice renunciase a su oficio, se requiere para la validez que la renuncia sea libre y se manifieste formalmente, pero no que sea aceptada por nadie».
Un periódico de Barcelona buscó su propia vía y se garantizó no coincidir con la competencia abriendo su primera página con un título en grandes caracteres extraído de la jerga boxística y colocado sobre una foto de Benedicto XVI: «Tira la toalla».
¡Jesús, María y José!