En España abundan todo tipo de delincuentes. Los que pertenecen a bandas organizadas raramente son llamados gánsteres, sustantivo que solemos reservar para los pandilleros de ultramar, concretamente los de Estado Unidos, donde este tipo de delincuencia tuvo un gran auge y fue incluso fuente de un género cinematográfico, las películas de gánsteres. La relectura de un artículo del 2000 de un antiguo director de la Academia nos devuelve a la accidentada entrada de los gánsteres en el español: «Confieso mi adicción sincera a los seriales de polis y gángsters americanos».
Esa grafía nos pone ante los dos problemas que ha habido en la adaptación de esta palabra. Procede del inglés gangster, cuyo primer uso data de 1886. En español empezó a usarse como voz inglesa: «… robaba exámenes, rompiendo ventanas, como un gangster de película» (Vargas Llosa, La ciudad y los perros, 1962).
Fue tal su uso entre nosotros que la Academia hizo una primera adaptación en la edición del Diccionario de 1992, donde la registró como gángster. Se había limitado a ponerle una tilde en la vocal de la sílaba tónica, pero mantenía una agrupación de tres consonantes a final de sílaba, -ngs, que no existe en español y que no articulamos bien. De hecho, ya entonces la pronunciación habitual era /gánster/. Hubo que esperar a que apareciese la edición del 2001 para que el DRAE registrase gánster. Se cumplían por entonces 40 años de la muerte de Dashiell Hammett.
Quedaba el problema del plural. El español ha tenido y conserva la tendencia a hacer el plural añadiendo una -s cuando percibe como extranjerismos los sustantivos y los adjetivos terminados en determinadas consonantes: másters, chándals, búnkers, escáners… y gánsters (Alfredo Bryce Echenique, Un mundo para Julius: «Sí, como en las películas de gánsters»). Pero en nuestra lengua, esas voces terminadas en -l, -r, -n, -d, -z, -j precedidas de vocal deben formar el plural añadiendo –es (másteres, chándales, búnkeres, escáneres, gánsteres). Son excepción las esdrújulas (los mánager).