Un documental de la sobremesa parece el preludio de una siesta reparadora. Espléndidas imágenes ilustran el relato de la emigración anual de herbívoros del Masai Mara. En el río Mara, los cocodrilos esperan su festín estival de proteínas. Mientras tanto, como el hambre aprieta y el que espera desespera, miran con malos ojos a una cría de hipopótamo redondita y tierna. Pero no tienen nada que hacer. Su mamá —la de la cría—, feroz y dispuesta a todo, no les permite ni acercarse. En ese momento, la tensión malamente contenida del espectador se dispara cuando la voz que describe la escena nombra al paquidermo como la hipopótama. Una tragedia en el Mara —otra más— que frustra una siesta plácida.
Hipopótamo es un sustantivo epiceno. Son estos los nombres que designan a seres vivos, tanto personas (pasajero, víctima) como animales (elefante, pantera) y plantas (palmera, plátano), y que tienen una forma única, que puede ser masculina (ñu) o femenina (gacela). En el caso de los nombres epicenos de animal, si se quiere expresar su sexo debe añadirse al sustantivo las palabras macho o hembra. La aguerrida madre del Mara era un hipopótamo hembra. Los artículos y adjetivos concuerdan con el género del sustantivo, por lo que estamos ante un valeroso hipopótamo hembra, no ante una valerosa hipopótamo hembra.
Y hay epicenos casi anecdóticos con un género (el vampiro macho, el vampiro hembra) que con el otro no designan al animal del sexo opuesto, sino una cosa distinta (la vampiresa).
A diferencia de los epicenos de animal, los de persona no revelan el sexo del interesado mediante la adición de macho o hembra, aunque los haya muy machos y alguno sea un animaliño. Hay quien les añade masculino o femenino, pero eso funciona en unos casos (el personaje femenino) y en otros chirría (la víctima masculina). En estos es preferible eludir tales especificaciones. Y si hay que indicar el sexo, evitar el epiceno. Así, para que se sepa que un bebé es niña bastará con mencionarlo como la recién nacida.