A raíz de un ejercicio escolar, un grupo de adolescentes de Monfero han emprendido una campaña para que la Academia Española suprima en el Diccionario la segunda acepción de rural, ‘inculto, tosco, apegado a cosas lugareñas’.
La inclinación a tomar lo rural por tosco se remonta a la Antigüedad clásica. Lo apuntaba Ortega y Gasset en un artículo publicado en 1909: «Yo debía contestar con algún vocablo tosco o, como decían los griegos, rural, a D. Miguel de Unamuno». La tendencia a comparar al hombre urbano, cultivado y sofisticado, con el del campo, simple y rústico, se observa ya en la comedia ática.
La Academia tardó en añadir en el Diccionario a rural ‘perteneciente o relativo a la vida del campo y a sus labores’ el segundo y polémico significado. Lo hizo en 1925. La necesidad no era grande, pues con ese sentido lo que realmente se empleaba y se sigue empleando es rústico, que además de indicar relación con el campo significa ‘tosco, grosero’.
No todas las palabras ni todas las acepciones que aparecen en el Diccionario conservan su vigencia con posterioridad a su inclusión en esa obra. Sin embargo, se mantienen, a veces con las marcas «desusado» o «anticuado», porque el DRAE es la fuente a la que se puede recurrir en busca de un significado cuando quien lee o escucha no entiende una voz con la que se da de bruces. Si, por ejemplo, tiene en sus manos Cañas y barro, de Blasco Ibáñez, y llega al pasaje donde se habla de «esa codicia rural, feroz y sin entrañas», ¿qué debe entender por rural? ¿Y cuando Carandell escribe que a los cabarets les dan en Madrid el nombre «rural y zafio» de salas de fiestas?
Muchos problemas parecidos al planteado por los estudiantes de Monfero podrán resolverse el día que haya un diccionario histórico, cuya elaboración se intenta de nuevo, que hará innecesario incluir en el usual lo que esté en desuso. Y entonces podrán seguir combatiendo casos similares, como el de rústico, que también procede del latín rus ‘campo’ y en el que ya Covarrubias veía en 1611 al villano.