La esperanza de vida es uno de los indicadores de la calidad de vida más comunes, aunque resulta difícil de medir. Se ha intentando utilizar en el entorno económico, para relacionar lo invertido por las organizaciones e instituciones de una región en el desarrollo del capital humano con su retorno de inversión. Se ha buscado la mejor respuesta a la cuestión: ¿Qué obtenemos de las personas en función de lo que hayamos invertido en su formación y su preparación para desarrollar actividades laborales?
Quizá lo único que podamos tener seguro es que si una persona dura más tiempo, lo que hayamos invertido en ella nos lo retornará con mayor probabilidad en forma de productividad durante más tiempo. Queremos que las personas sean duraderas. Cuanto más, mejor. Y lo quiere también el ser humano, por lo que parece que todas las partes están de acuerdo. Ojo, no a cualquier coste. El ser humano ha de ser duradero. Es habitual que nos atraiga lo que es perdurable en el tiempo. Nos gusta que las cosas que nos gustan, todas las que nos apetecen, no solo las personas, duren mucho tiempo a nuestro lado. Y tratamos de crear el entorno para que sea así. No siempre tenemos éxito, pero lo intentamos encarecidamente.
En los tiempos que corren, mucho de lo que nos pertenece ya no lo tenemos en forma física, sino virtual. Muchas de nuestras posesiones están en formatos binarios, formados por una serie de cantidades de datos que se almacenan en algún lugar en el medio entre nuestra perplejidad y nuestra inconsciencia. Ahí está lo que tanto miedo tenemos a perder. Se encuentra nuestra privacidad en un lugar donde todavía no hemos permitido acceder a la parte del entendimiento de nuestro cerebro. Nuestras mejores fotografías, nuestras historias más o menos bien contadas, más o menos largas, se ubican en algún sitio. Ya no están solo en nuestra cabeza; sí salen de ella cuando las generamos y les damos forma, pero luego, muchas de ellas, incluso las que compartimos con otros, de un modo totalmente inesperado, pasan a un entorno fugaz, transitorio, que ya no controlamos en el entorno cerrado de nuestra cabeza.
Soy un ferviente defensor del formato blog. El espacio que el autor llena de letras encajonadas en el recipiente denominado post, es un lugar permanente. Es fácil conseguir que perdure en el tiempo manteniendo su esencia intacta. Los posts de los blogs, como este que lees, tienen garantía ampliada. Estarán aquí cuando vuelvas y encontrarás toda la esencia que yo que escribo haya sabido volcar en cada palabra, en cada frase, en cada párrafo que constituye un post. Y quizá, como un equipaje necesario para un viaje largo, los comentarios de los lectores acompañen al post para sí hacer un todo que no se puede dividir y que se perpetúe quién sabe hasta cuándo.
Y si bien disfruto en la red social Twitter, lo que menos me gusta es su carácter efímero. Los tuits tiene una vida útil muy breve y eso, a veces, asusta. El 95% de las reacciones que se producen tras la emisión de un tuit se llevan a cabo durante la hora siguiente a su publicación. A partir de ahí, se podrá acceder a ese contenido por diferentes vías, pero el impacto habrás desaparecido. Y no es malo, es absoluto, pero es una comunicación diferente, no tan honda o no tan densa como la de un post de un blog. Los tuits no son indelebles, aunque algunos metepatas profesionales hubieran querido que esto fuese así; estarán ahí si alguien se empeña en exhibirlos y no se podrá hacer demasiado por evitarlo.
Lo efímero de los tuits de Twitter no me gusta, me quedo con la permanencia de los posts de un blog. Ambos canales están disponibles, abiertos las 24 horas del día, pero es importante que sepas que no son lo mismo. Muchas cosas que decir y tan poco espacio en Twitter donde dejarlas reflejadas para que las llegue a leer quien tú quieres. ¿Y si no las lee quien tu quieres en el plazo que realmente es pertinente? Entonces, se habrán perdido para siempre en el empuje de los nuevos tuits. Pensarás, como yo, que esto es realmente angustioso.
Los posts del blog son los contenidos digitales que ofrecen mayor esperanza de vida, son esas personas que quieres que vivan para siempre. Son eternos y perdurables gracias al entorno en el que se generan. Las historias quedan de maravilla en un post de un blog. Cuenta tu historia, cuentalo todo. Haz que viva eternamente.
hola David, en esta ocasión es profundo el tema que tocas ya que, cuantos de nosotros realmente asociamos el 2.0 al 1.0? Somos conscientes de ello, realmente somos la suma del 1.0 y del 2.0?
Los recuerdos, sensaciones, .. Antes (y ahora) para recordar a personas que alguna vez han estado con nosotros rescatamos esas fotos impresas en el álbum de tal año o tal evento. Todavía no he ido (ni he tenido necesidad) al carrete del iPhone a rememorar a una persona.
Vivimos en el día a día y corriendo y creo (subjetivo) que esto del 2.0 todavía lo tomamos como algo efímero y de los ratos libres.
Me has hecho pensar
Gracias
@Peio, No te imaginas lo que me gusta la última frase. Llevo un tiempo que mi único objetivo con los posts es hacer que al menos otra persona además de mí se plantee un pensamiento más profundo, sin expectativas, pero sí algo más que lo superficional. Introspección.
Muy interesante tu planteamiento del 1.0 como un elemento que no suma al 2.0 para formar uno, sino que circula en paralelo y a velocidad diferente.
Esta vez me has hecho pensar tú a mí.
Abrazos
David Serantes
Los tweets son como la comunicacion oral, y los posts como la comunicacion escrita..
@Kullman, Esa es una buena analogía desde luego. Cada día me gustan más los posts y menos las explicaciones a medias que se pueden dar en Twitter.
Ambos canales me gustan, ojo, no dejaría ninguno de los dos por ahora.
Saludos
David Serantes