La Voz de Galicia
Serantes
Tecnología y productividad en movilidad
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Mucha gente todavía necesita la relación vendedor-cliente, la charla, el contacto visual y la conversación agradable en sus compras; sin embargo, todos los que están encontrando un mundo paralelo en las redes sociales, en sus sitios web favoritos y mantienen una relación pasional con sus teléfonos móviles conectados no necesitan hablar con un dependiente que les diga lo que necesitan, ellos lo tienen claro.

Muchos de los clientes tenemos la necesidad de tocar los productos y verificar que son realmente lo que queremos que sean, o como mínimo que coincidan con nuestras expectativas. Las sensaciones que se producen ante una zapatería son quizá de las más tangibles desde el momento mismo en que te acercas a la ubicación de la misma.

Da igual lo que haya alrededor de una zapatería, sus escaparates siempre llaman la atención por encima de los demás establecimientos. Están muy cuidados, muestran todo el producto posible, disponen de una organización perfecta (sea la que sea es perfecta) y ofrecen esa variedad de estilos, colores, calidades y precios que te hace sentir bien, cómodo, relajado mientras observas, seleccionas, filtras y todo sin que nadie te presione, estás todavía fuera de la tienda, estás a salvo contigo mismo.

Luego pasas al interior, sus mobiliarios están pensados para que focalices tu atención en el proceso de prueba. Pides el producto que has preseleccionado en la fase anterior y llega el momento en el que todo el mundo se ve más tensionado durante la compra de unos zapatos: sacar sus propios zapatos y mostrar sus calcetines, medias o lo que quiera que lleve, o no lleve puesto. Ya no estás solo, estás ante un dependiente que te observa y siempre tienes la duda sobre la resistencia de tus calcetines, si presentarán mal aspecto o incluso algún agujero traicionero de última hora; tienes que hacerlo rápido y por eso preparas el modelo que has solicitado en todo lo posible para que el tiempo entre que sacas tu zapato y la colocación del candidato sea de récord mundial. Desatas tus cordones, abres la cremallera, desenganchas la hebilla y preparas la salida del pie, mientras realizas el ritual de preparación también en el nuevo modelo elegido y de repente, sí, lo tienes puesto y todo está bien. Te sientes cómodo de nuevo. Ahora solo queda pasar por el trance de la decisión de si el dedo gordo de tu pie está exactamente en el lugar en el que tiene que estar. Es un lugar que no aparece en los mapas de geografía zapateril, un sitio que está un poco más atrás de destrozar tu uña contra la punta del zapato, pero no tan atrás como para que con el uso se acabe doblando la puntera hasta simular las pantuflas de los payasos de la tele. Es un momento difícil.

Te ves bien, te miras en esos espejos tan raros que son espejos para ver tus pies y solo parte de tu pierna hasta la rodilla, nunca te miras esa parte de tu cuerpo en el espejo de tu casa, solo lo haces en la zapatería. Y haces movimientos que jamás volverás a realizar con esos zapatos, pisas de formas tan extrañas que rozan el esguince y la ortoflexión de las falanges, buscando una resistencia del calzado digna de un acorazado militar. El proceso está llegando a su fin y estás muy bien, tienes zapatos nuevos elegidos, ahora ya sacar el nuevo zapato es coser y cantar porque en el paso inverso ya has verificado que no hay tomates, ni bolitas y colores extaños en tus calcetines, así que todo va sobre ruedas.

Y si bien no te preocupa demasiado que el dependiente te haga la pregunta que nunca sabes si es del todo sincera: ¿Quieres la caja?, se abre un nuevo dilema ante ti, que no sabes si te lo pregunta porque si no la quieres tú se la queda él, seguro, o quizá es que quiere que te la lleves tú para así evitar tener que ir y tirar decenas de cajas a la basura. Ahí, en esa pregunta, siempre hay algo más. Decides que te la llevas, que si estás pagando, la caja, los papeles esos que vienen dentro de los zapatos y las varillas plásticas que los mantienen tensados, «para algo valdrán». Nunca valen para nada.

Luego vas a pagar, y este es el microproceso que me ha llevado a escribir todo lo que estás leyendo. Cuando pagas unos zapatos desde hace unos años piensas en el salto de precios que han pegado y te faltan años, esos cinco años en los que deberían de haber ido subiendo un 10% para alcanzar el 50 o 60% por encima de los precios que tú recuerdas. Y te sientes mal, sabes que esos zapatos no pueden valer tanto y que alguien tiene que estar ganando mucho dinero con ese par de zapatos. Y piensas que quizá los haya más baratos en otro sitio.

Y ese sitio es Amazon, en Amazon tienes los zapatos que de forma gratuita te has probado en la zapatería de tu pueblo con todas esas sensaciones que has ido recordando hace unas líneas. Los tienes de todos los colores, de todas las tallas, incluso de la talla que ya has probado en tus propios pies y son más baratos. Y está pasando, que los clientes van a la zapatería, prueban los zapatos, se fijan muy bien en el modelo, la marca, el color y la talla y corren raudos a sus teléfonos inteligentes para consultar si en Amazon están más baratos. No hay fidelidad con el zapatero de turno.

El caso de la zapatería es solo uno de tantos en los que las cosas están cambiando. En el mundo tecnológico, en dispositivos móviles, en ordenadores o en juguetería está pasando exactamente lo mismo. Los procesos se repiten en las tiendas físicas donde nos acercamos a tocar el producto, donde tomamos la referencia del mismo con el objetivo de realizar una compra en un sitio de Internet como Amazon donde los precios están más ajustados para nuestros bolsillos. Y nos sentimos muy bien, porque la ética que internamente hemos puesto en duda en algún momento durante la visita a la tienda de turno la podemos justificar de un plumazo con el precio que hemos conseguido y la comparativa con el que nos querían «clavar». Ese es el mecanismo que nuestro cerebro sigue en todo este asunto de las compras y está cambiando las cosas.

Solo si las tiendas físicas consiguiesen que fueses un cliente fiel y te convenciesen de que hay algo más por lo que estás pagando podrían imaginar un futuro en el que los sitios online no se los zampasen; y estimados y estimadas, no estoy muy seguro de si esto lo vamos a ver algún día nosotros o nuestros hijos.

Saludos

David Serantes