Volar en un avión es una aventura. A algunos nos gusta volar, a otros no les gusta en absoluto, pero todos tenemos algo que contar cuando se refiere a aeronaves. Es toda una aventura desde que nace la idea o la necesidad de volar hasta que finalmente te encuentras en tu destino; allí nacen otro buen número de historias, pero no tocan, al menos hoy.
Dentro de los aviones las cosas suceden a otra velocidad. Estás viviendo tu vida, pero también la de tu compañero del lado, tu compañero del otro lado e incluso la del resto del pasaje. Son personas, pero todo el mundo sabe que allí son pasajeros y les llaman “el pasaje”.
Hace muchos años en todos los vuelos regulares entregaban prensa en los vuelos matutinos y todo el mundo parecía muy afanado en conocer las noticias acontecidas. El problema mayor venía en que había que decidir qué diario elegías, proclamando tu categoría moral y algo más. “Déme El Mundo, por favor”, “Quiero El País” o “Yo, La Voz” para los más cautelosos y “Expansión o Cinco Días” para los que necesitaban meter sus cabezas en harina desde el minuto cero.
Hoy ya no te dan nada de literatura, a no ser que te conformes con la lectura de la revista mensual de la aerolínea de turno. Siempre tiene algún artículo interesante pero a la vuelta lo más probable es que tengas que releer sobre lo leído. Ya no hay literatura.
Al avión todos nos llevamos algo que leer. Algunos lo llevamos dentro de nuestros dispositivos electrónicos. Sean tabletas, smartphones cada vez mayores que algunos llaman Phablet (Phone+Tablet) o libros electrónicos tipo Kindle de Amazon. Llevamos las últimas noticias ya filtradas y seleccionadas en nuestro lector de feeds a los que nos hemos suscrito durante tantos años de evolución digital, o quizá otros llevamos libros también digitales dentro de nuestra aplicación favorita para su lectura pausada y reposada. Leer libros es diferente de la lectura de noticias, estaréis de acuerdo conmigo.
Ahora se pueden utilizar estos dispositivos electrónicos, siempre en “modo avión”, durante todo el vuelo; se ve que ya no interfieren con los cuadros de mando de los aviones. Antes parece que había alguna probabilidad de que lo hiciesen y el piloto llegase a tener problemas en la conducción, cosa que sin duda afectaría a tu bienestar. Era mejor apagarlos por el bien de todos, aunque la mayor parte de las personas no los apagaba, solo los dejaba en modo avión, igual que ahora, vaya. Algo ha cambiado, pero no tanto.
En algunos vuelos, además de poder llevar los dispositivos encendidos también los puedes llevar con la conexión WiFi activada y utilizar la conexión que te cede la compañía aérea a precio de ADSL de los años 90. Eso no afecta al vuelo, lo mismo que si pagas un suplemento por exceso de peso de las maletas que has facturado, entonces ya pueden ser manejadas con más facilidad por el personal de tierra. Así me lo confirmaba una azafata un maravilloso día para mi asombro. Tendrá una explicación científica, seguro, todo lo tiene.
En un avión suceden cosas maravillosas. Hay un momento que me fascina y vengo observando en los últimos tiempos. Todo el mundo, en algún momento del vuelo, saca a relucir sus dispositivos electrónicos. Es como si al saber que se pueden utilizar surgiese una necesidad imperiosa de hacerlo. Entonces se palpa cierto nerviosismo en el que las miradas de soslayo hacen su presencia. Aquél de allá ha sacado un Android, mientras los dos de su izquierda lucen sus iPhone de última generación. Incluso a veces se pueden ver algunos orgullosos de sus Blackberries que tan buenos momentos les han brindado, o cómo los más modernos no se cortan en poner a la vista sus Windows Phone. El futuro, dicen. Nada, comparado con el personaje que sacó entre todos los “última generación” su magnífica calculadora científica para hacer unos cálculos imaginarios que llevaba en su cabeza y que no tenía necesidad de anotar en ningún otro lugar que en su memoria. Prodigioso.
Todo el mundo tiene su dispositivo y observa el que tienen los demás en un avión. No sé si esto tiene un nombre, pero debería. El acto de comparación de dispositivos móviles en silencio a bordo de un avión tendría que tener un nombre.
Luego ya viene lo que cada persona hace con es dispositivo. La mayoría lee, escucha música o ve sus películas y series favoritas. Ahí no hay rivalidad, es un coto cerrado y privado que no puede competir con el momento que vendrá en el aterrizaje, cuando, incluso antes de que se puedan encender por recomendación del capitán, muchos arrancarán el proceso de la comparación de sus dispositivos con los que lo rodean. Entre ufanos y orgullosos.
En todo caso, volar no es lo que era, ni falta que hace. Ahora es más divertido.
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