Hoy cumplo años en Twitter. A veces enganchado hasta la médula a conversaciones enriquecedoras y cabales, otras saciado de tanto odio e irracionalidad. A veces descubriendo personas especiales e inolvidables y otras conociendo a prescindibles y tóxicas. Cada día sigo aprendiendo pic.twitter.com/TX9Pxawvab
— David Serantes (@serantes) 6 de marzo de 2018
Tenemos mucha suerte de estar viviendo en esta época. Y no me estoy dirigiendo a los adolescentes de 12 años que luchan por aprender a sobrevivir en un mundo más complejo, cáotico y desarmado, tampoco a los mayores que ven cómo todos los valores que ellos trataron de mostrar no están teniendo demasiado reflejo en la sociedad actual y sus vidas se agotan con soledad, tristeza y la sensación de que algo no lo han hecho bien. Me dirijo a los de la edad intermedia, a los que ya han superado los 30 y a los que no llegan a los 60. A los que han visto llegar los primeros teléfonos móviles asequibles y a los que les ha pillado Facebook a medio camino de la jubilación. Es una real suerte que podamos estar viviendo esta época.
A principios de marzo de 2007 algunas personas de mi entorno geek cercano, liderados por mi muy querido Jose Mendiola, comenzaban a probar una herramienta que era tan interesante por lo que ofrecía como misteriosa en su función. Se trataba de establecer una especie de mensaje que enviabas a unos cuantos contactos, diciendo siempre lo que estabas haciendo, así, ¡en gerundio!
Para los maqueros no había una forma demasiado atractiva de llevar a cabo las interacciones y sobre todo de soportar las notificaciones de una aplicación muy pobre que avisaba realmente mediante graznidos de que alguien había emitido un nuevo mensaje: «Saliendo a tomar una copa», «Llegando a la oficina y por fin viernes», «Viendo el concierto de Sabina», lo que correspondiese en cada momento. Una vida plasmada en mensajes gerundios que nadie sabía a dónde llegarían.
Fue necesaria la evolución de los smartphones, gracias al iPhone de Apple que apareció en los EEUU en junio de 2007, la que catapultó a Twitter al éxito. Por supuesto un éxito en el que muchos no hemos visto la forma de negocio hasta que pasados muchos, muchos años, la publicidad y la entrada de accionistas conformó un modelo de negocio que sigue sin convencer a unos y a otros. Las grandes marcas patrocinan tuits, los usuarios odian la publicidad más que nunca y Twitter, impertérrito, permanece en ese extraño estado de letargo que lo caracteriza. No dice mucho, no dice nada.
Ahora muchos de los que empezamos en Twitter somos unos adultos ya maduritos, con canas, kilos y en el precipicio de la presbicia; pero no son solo signos físicos de madurez. Queramos o no, también nos ha llegado el momento de la reflexión más profunda, de los momentos de ver que los mayores que nosotros, ya no solo dejan los trabajos con los que nos alimentaron, con los que nos enseñaron o nos introdujeron a la empresa, sino que a veces, también se van dejando huecos enormes. Twitter es efímero, es superficial, es mentira, es soez, es espacio de odio, pero también es divertido, es entretenido, interesante y relevante. Pensamos que ha cambiado mucho a lo largo de los años. Pero estamos totalmente errados.
Y nosotros seguimos yendo a Twitter con el pensamiento equivocado, creyendo que quizá todavía queda la esperanza de que algo cambie, que vuelva a ser el que era, sin pensar que realmente los que hemos cambiado somos nosotros. Y ya no hay vuelta atrás. Solo camino por delante.