La Voz de Galicia

Cuanto menos se cree en el infierno, más se anhela el paraíso. El paraíso fiscal, por supuesto. Los papeles de Panamá lo demuestran. Apenas un despacho de uno solo de esos paraísos, no precisamente el más prestigioso, y? miren lo que sale. Mientras andamos entretenidos con nombres y nombrecitos, con la exigua presencia de ricos y políticos americanos, mientras le atribuimos la filtración a la CIA, que quiere cerrar las tuberías por las que circula el dinero de la droga y del tráfico de armas, el dinero que comercia con Corea del Norte, con Siria o con Irán pese a las sanciones internacionales, mientras nos entretenemos en todo eso, pocos se fijan en lo fundamental.

La filtración más grande de la historia apenas boceta el paisaje: Zucman, en su libro La riqueza oculta de las naciones, decía (2015) que un ocho por ciento de la riqueza financiera mundial se oculta en los paraísos. El comisario europeo de Asuntos Económicos cifra esta semana en un billón anual de euros el fraude a las haciendas europeas directamente atribuible a esas tapaderas. Y es posible que ambas cifras, por escalofriantes que parezcan, se queden cortas.

Todos sabíamos de tales prácticas, particularmente obscenas en un tiempo en el que la brecha entre ricos y pobres se agranda velozmente a base de devorar a la clase media, la asalariada, la que paga cada vez más impuestos de los que se benefician ricos y pobres. La inmoralidad del sistema resulta evidente. En un tiempo de crisis, bastaría con recurrir a ese dinero -ahora que los bancos centrales parecen ya exhaustos- para incentivar la economía, o por lo menos, para atender a los desatendidos. Estos paraísos nos están condenando al infierno.

La Voz de Galicia, 16.abril.2016