La Voz de Galicia

La ideología de género, contra lo que pueda parecer, procede de una elaboración lenta y meticulosa en algunas universidades estadounidenses y se basa en algunos datos objetivos, porque en otro caso parecería inverosímil y contraria al sentido común. Desde el principio, los investigadores del área percibieron la importancia de la retórica, porque más que a un problema científico se dedicaron a una causa y, para cambiar las cosas, advirtieron que tenían que cambiar antes las palabras y neutralizar ese sentido común. Empezaron por llamarle género al sexo, de modo que una realidad biológica fácilmente comprobable se convirtiera en una abstracción gramatical y, por tanto, en condiciones de ser discutida y reformulada al antojo de cada quien.

Luego cargaron de matices negativos ciertos vocablos. Quizá el que más vejación ha sufrido sea el término padre y cualquiera de sus derivados, muy singularmente paternalismo, que por las razones que sean, carece de equivalente femenino. Quizá el concepto maternalismono se dé en la realidad. Por el camino han comenzado a averiar el concepto maternal. No tanto como paternal, por supuesto. Y así hasta someternos a un lavado de cerebro sin precedentes que hemos aceptado de un modo acrítico, pasivo.

La ley andaluza ha producido alguna extrañeza que dejarán sin respuesta. Porque juegan así. Por supuesto, se advierten rasgos machistas en el lenguaje, pero no precisamente en los nombres genéricos. Como empieza a resultar difícil defender el sentido común, retuiteé ayer una frase de Ramón Salaverría: «Aunque prohíban decir ‘los niños’ frente a la ‘niñez’, seguiremos distinguiendo entre los gilipollas y la gilipollez».

La Voz de Galicia, 9.abril.2016