La Voz de Galicia

Al final, sacan adelante los países aquellas mujeres y aquellos hombres que, pase lo que pase, pelean a brazo partido por sus familias. La gente normal que ama y sufre, que se levanta por la mañana y trabaja -a menudo en empleos que no les satisfacen- para construir el futuro de los suyos y, de paso, quizá sin pretenderlo, de los nuestros, de todos. Cuando esa gente abunda, los países van bien. Cuando escasea, decaen o se atrofian. Los líderes, por supuesto, ayudan a canalizar esas torrenteras de amor y sacrificio, se incorporan a ellas, las incentivan o las entorpecen. Pero poco más. Por eso, la gente normal, la que ama y sufre y lucha por los suyos, vota a quien piensa que estorbará menos o que ayudará más en la brega diaria.

Sin embargo, en la campaña apenas se ha hablado de la familia. En realidad, no se ha hablado de casi nada en lo que usted y yo podamos hacer algo. Nuestro ideal más inmediato, la felicidad de los nuestros, ha quedado muy al margen, arrebujado en números inverosímiles o en eslóganes que predican miedo, la pasión que se aduce cuando faltan argumentos: solo derecha e izquierda, nuevos y viejos. Disyuntivas simples, fáciles.

Como si no sintiéramos miedo bastante, como si no supiéramos en carne propia que no podemos asegurarlo todo, que vivimos siempre sin red, equilibrándonos en la cuerda floja, que somos dependientes. Está bien. Votaremos con miedo. Y mañana por la noche, ocurra lo que ocurra, nos llenaremos de esperanza, porque todavía hay mucha gente que ama, sufre y lucha por su familia y por las de todos. Gente que seguirá sacando este país adelante, si acaso, apretando un poco más los dientes, quizá sin que nadie quiera representarlos.

La Voz de Galicia, 19.diciembre.2015