La Voz de Galicia

Me decía el capellán del hospital que, en los delirios de la agonía, muchos octogenarios moribundos llaman a sus padres:  ”¡Mamá!, ¡papá!”, incluso en diminutivo. Recordé la noticia que daba en tono triunfalista un periódico madrileño: un tercio de los niños españoles nacen fuera del matrimonio. Ya estamos en la media europea, escribía la periodista. Aunque nos superan los antiguos países comunistas, los nórdicos y, por supuesto, Gran Bretaña, donde son casi la mitad (46,2). Pensé: “Estos niños nos partirán la cara”, pero no imaginaba que empezarían tan pronto.
Mis padres no tenían para caprichos. A cambio, nos entregaron algo mejor: nos enseñaron a vivir pendientes de los demás y despreocupados de lo nuestro, nos enseñaron a vivir sin miedo y con lo justo. Mi hermana me decía el otro día que no recuerda otra prioridad en su niñez  que nuestro hermano Luis. Yo, tampoco.
A los niños hoy les damos mucho capricho y poco padre y madre. Y cuando les damos padres, se los racionamos:  apenas unas horas. De modo que aprenden rápido lo mismo que nosotros creemos: que los caprichos, que confunden con libertad,  son derechos, algo que les es debido. Justo la formulación contraria de aquella sentencia sobre la que hemos construido la civilización más floreciente de la historia: “La verdad os hará libres”. Convertimos  las apetencias personales en verdad, en la única verdad que nos interesa. Ni siquiera nos importa  ya tener razón y argumentarla. Por eso pensamos que la libertad nos hará verdaderos. Y no, claro. Solo nos hace violentos, porque extirpa cualquier fundamento objetivo para respetar a los demás y quererles.

Dos notas: Leí el artículo de Mercatornet que enlazo cuando ya había escrito la columna. Ahí dan la cifra de un 40% para Gran Bretaña. La del 46, 2 procede de la información de El País

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